jueves, 27 de febrero de 2020

Cegarruto


He ido al museo esta mañana y me he dejado las gafas dentro de la mochila en la guardarropía. Una vez en las salas que me interesaban, me veía menos que Pepe Leches. Bajar a por las gafas suponía un engorro, porque iba con mis alumnas y teníamos poco tiempo para visitar la expo. Digo alumnas porque lo eran todas, no por horteras y correctas pretensiones. Sin gafas soy capaz de distinguir la autoría de la mayor parte de las obras, no tanto por culto como por viejo. Pero no soy infalible y, ante una duda, me acerco a la cartela de un óleo. Rebaso, quizá por milímetros, la fea cinta gris que pegada en el suelo delimita la distancia que debe respetar el espectador para mirar la pintura. Y en eso, se me acerca un celador celoso y adiestrado que, con un aire un tanto chulesco, me indica que me retire sin dar las gracias. No creo tener pinta de asesino cultural, de los que mutilan esculturas o acuchillan lienzos. Tan sólo estoy cegato. Pero, en cualquier caso, tampoco el vigilante tiene por qué saberlo. Se conoce que tiene instrucciones para conservar su puesto de trabajo. Pero, inevitablemente, me enfurruño con él. Y entonces veo que el tipo está tullido. Le falta un brazo. De golpe siento piedad, ese sentimiento tan peligroso. Aunque casi inmediatamente pienso que me la estoy cogiendo con papel de fumar, no tanto por pensar que el vigilante está cumpliendo con su trabajo como por el hecho de que perdone su mala educación por su muñón. Si nos tratamos de igual a igual, también él debería solidarizarse con mis miserias físicas y espirituales, que no enumeraré por compasión. Y si no con todas, sí al menos con mi tristísima cegarrutez.

Estafermo

Si llega el pasmo senil me reventaré la cabeza con una escopeta. Entonces consentiré que me expongan en el ataúd. Quiero que sustituyan mi c...