04/04/2020 Vigesimosegundo día. ¡Qué sol!
Leí un relato de Stefan Zweig en el que un hombre encerrado
en una celda huía de la locura imaginando miles de partidas de ajedrez. También
he oído que los pilotos de Fórmula 1 visualizan el recorrido de un circuito,
todas sus curvas y rectas, con el fin de enfrentarse a la carrera en las
mejores condiciones. Yo he pretendido hacer un ejercicio de introspección
parecido, intentando rememorar mis paseos de mi casa a la de mi amigo Ramón,
por ejemplo. Pero nunca llego más allá del bar de la esquina. Y no es por añoranza
etílica, que también, sino porque soy incapaz de concentrarme y no divagar. Por
eso soy insomne. La meditación no está hecha para mí. No me la creo. ¿Quién es
capaz de dejar la mente en blanco? Me imagino que quien dispone de ese espacio
en su conciencia. Yo, desde luego, no encuentro un rincón ahí arriba. Se me
amontonan los recuerdos y los porvenires. Así que, cuando intento ir más allá
del bar de la esquina, mi cerebro enlaza flashbacks
y flashforwards y es un sinvivir.
Por eso no le tengo tanto miedo al sueño eterno. Si se piensa, es una bendición
para quien vive en una permanente inquietud. Además, prefiero fundir a negro
que a blanco. El fundido a blanco será todo lo mediterráneo que uno quiera,
pero daña la vista.
Conozco a un tipo que
corre sin parar. Es de estos que se hacen los Pirineos de un mar al otro en una
semana. El hombre está flaco y su piel tiene la textura amojamada del brazo
incorrupto de San Vicente. Pobret. Un día le pregunté que en qué pensaba cuando
corría y me contestó que en nada. ¿En nada? El concepto en blanco se me escapa,
aunque es algo, pero ¿qué cojones es nada?
Tras este largo preámbulo creo que ha quedado demostrado que
soy incapaz de meter en vereda a mis pensamientos.
Hoy, sábado, quisiera rascarme el forro, pero ya ando
pensando en un magnífico guion para felicitar a mi cuñado y amigo Rafa por su cumpleaños. Siempre
les digo a mis alumnos que es muy difícil tener una buena idea de inicio para
contar una historia, pero que lo es más tener un buen final. Esta teoría, claro
está, se circunscribe a la estructura tradicional que contiene un
planteamiento, un nudo y un desenlace. Pues bien, mi felicitación tiene un gran
final: enseño el culo con un tanga negro. Como se ve, un desenlace original. A
ningún hombre se le ha ocurrido nunca ponerse ropa interior de mujer. Es
descacharrante.
Después de escribir el guion comeré, me pegaré una
siestecita, rodaré el mensaje con el móvil, bajaré al súper, pasearé por la azotea
y pensaré en un buen final para este texto.
Fundido a negro. Texto superpuesto: “Unas horas después”.
No se me ocurre un buen final para este texto. Creo que
debería quitarme el tanga.
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