06-05-2020 Muchos días ya.
Los aromas y los sabores nos traen recuerdos. Yo recuerdo
vívidamente el aliento del cura que me confesaba en el cole. Como era un
colegio laico y no había capilla, nos confesaba sentado en una silla mientras
los niños nos postrábamos de hinojos como a punto de hacerle una felación. “Ave
María Purísima”, nos decía, y nosotros contestábamos “Sin pescado en la cocina”.
Entonces le contábamos lo de siempre, que si he mordido en el lóbulo a Abelardo
“Tío Petardo”, que si he amenazado a mis padres con un cuchillo jamonero, que
si me he pajeado pensando en el profesor de Química… Vamos, lo de siempre. Y
cuando terminábamos de soltar toda esa sarta de insensateces, el Padre acercaba
su orondo careto al nuestro y nos imponía la penitencia: “Mil Padrenuestros,
doscientos Credos y otros tantos Avemarías. Ego te absolvo a peccatis tuis in
nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti Amén”, al tiempo que expelía su
hálito mefítico en nuestras napias. Se trataba de un hedor contradictorio,
entre acre y dulzón, una mezcla repugnante de café con leche, brandy y tabaco
negro sin filtro. Nunca lo olvidaré.
En estos días de paseo con mascarilla imagino al Pater inhalando
su propio aliento y cayendo redondo en la acera. Con lo fácil que hubiera sido
comprarse un colutorio.
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