11/06/2020 Con mascarilla, pero de un lado a otro.
Conozco a mi amigo desde que teníamos seis años. Ahora
tenemos cincuenta más. Ya nos odiábamos cuando nuestras madres nos enjabonaban
en la misma bañera. Imaginad la de amor que ha hecho falta para contrarrestar
tantos años de bilis.
Mi amigo es más trastero que yo. Hablamos de un Diógenes
severo, pero con clase. Yo sólo recojo de mi entorno cercano, pero él, que no
tiene hijos y es viajero, acumula objetos de muy diversas procedencias, muchos
de ellos bastante valiosos. Por lo demás, mi amigo es un tipo de costumbres
extremadamente austeras, casi monacales.
El caso es que mi amigo ha de hacer mudanza. Esta mañana me
la he tomado libre y hemos estado de inventario. O, mejor dicho, hemos tratado
de hacer inventario. Cuando nos hemos dado cuenta de lo ingente de la tarea,
nos ha entrado algo parecido a un Síndrome de Stendhal de chamarileros y nos
hemos bajado a tomar un té. Algo menos mareados y superada la flojera le he
sugerido que se compre adhesivitos de colores y que los vaya pegando en los
objetos que quiere conservar, en los que vendería y en los que prefiere
abandonar. No es una tarea fácil. Sólo los libros y los discos requieren de un
par de días de trabajo. Los muebles y los cuadros parece que darán menos faena.
En cuanto a los trastos en general, cuya enumeración me llevaría unas cuantas
páginas, prefiero no caer en el desánimo. Yo no sabría qué hacer en su situación.
Está claro que hay personas que tiran y otras que recogen. Yo no puedo decirle
a nadie que tire algo. Va contra mi naturaleza… me enferma. Más cuando todos
los objetos se asocian con un recuerdo concreto, un momento único. Me niego a
prescindir de mis objetos queridos. No sé viajar ligero de equipaje. Cada uno
tiene sus “cadaunadas”, que decía mi padre.
Mi amigo no ha encontrado un nuevo alojamiento, al menos de
momento. Tiene un lugar muy pequeño donde vivir hasta que lo encuentre. Su vida
resumida en libros, discos, cuadros y objetos quedará almacenada en un espacio
muchísimo mayor del que él necesita para vivir. ¿Pero, hay algo de malo en eso?
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