Una vez pinté un cuadro que titulé “Cabeza de concejal en el
estómago de una vaca”. En realidad, como todo el mundo sabe, las vacas tienen
cuatro estómagos, o mejor dicho, un único estómago dividido en cuatro cavidades
o subestómagos. Mi cuadro venía a denunciar las burradas que perpetraban (y
perpetran) los concejales de urbanismo, sobre todo los de los pueblos de costa.
Les deseaba a todos ellos que sus cabezas corruptas se descompusiesen poco a
poco en los estómagos para, finalmente,
ser expelidos hacia la capa de ozono mediante un sonoro cuesco bovino. Pues
bien, todo este asunto del organismo vacuno lo aprendí gracias a una de las
redacciones estrella de mi niñez: “La vaca”. Los profesores tenían verdadera
devoción por este tema. Vete tú a saber por qué. A la vuelta de las vacaciones
de verano nos pedían que les escribiésemos sobre lo bien que nos lo habíamos
pasado. Era otra de sus redacciones favoritas. Se ve que no habían preparado
las primeras lecciones y con esto ganaban tiempo. La redacción se titulaba “Mis
vacaciones”. El caso es que yo siempre me inventaba que, de paseo por el monte,
me encontraba con una vaca. Así, echaba mano de las redacciones de otros años y
me salían unas cuantas paginitas. Durante los veranos de mi infancia, nunca
paseé por el monte y jamás me crucé con una vaca. Pero no pasa nada. Son
licencias poéticas.
Esta digresión viene a cuento de que me ha tocado de nuevo
escribir redacciones. Pero esta vez en inglés. Y ha resultado ser un ejercicio
muy interesante. Mi inglés hablado es equivalente al de cualquier presidente
del gobierno español. Por escrito, por orgullo, me tomo mi tiempo y consulto al
diccionario. Aún así, mi gramática es pésima y carezco del vocabulario más
elemental. Por lo tanto, he tenido que asumir que lo que escribo en inglés será
naíf en el mejor de los casos. Y aquí viene lo que considero interesante del
experimento: resulta que he traducido al español lo que he escrito en inglés y
es igual de malo que lo que escribo en español directamente, pero algo menos
pretencioso debido a lo antedicho. También es verdad que los temas que me han
propuesto hasta hoy no dan demasiado juego, a saber: “Valencia: why visit it?”,
“If I were a rich man” y “Lifestyles”. Los transcribo a continuación con algún
que otro adorno.
Motivos para visitar
Valencia
Querido John:
Me pides que te escriba unas líneas sobre porqué Valencia,
la ciudad en la que vivo, merece una visita. No sé si soy la persona adecuada.
No creo que ningún habitante de esta ciudad lo sea. Amamos tanto como odiamos
las ciudades en las que vivimos. Pero lo intentaré. De entrada, te aconsejaría
que callejearas sin rumbo. Es lo que yo hago cuando viajo por primera vez a
cualquier ciudad y, curiosamente, siempre me pierdo. Valencia es una ciudad
bastante segura pero, como en cualquier otra, la cosa va por barrios. Lo cierto
es que hay algunos barrios poco recomendables. La calle Colón es una de las más
peligrosas. La calle comienza en la Puerta del Mar y concluye en la Plaza de
Toros. Puedes considerarte un tipo afortunado si consigues cruzarla de un lado
al otro sin que te desplumen en una boutique de lujo o en una notaría. Al
barrio de Ruzafa, ni te acerques. Por ahí deambulan unos pijos barbudos, de la
tribu de los hipster, que beben gin tonic en copa de balón al que
aderezan con tropezones exóticos. En esencia, la única diferencia entre estos gin tonics y los de antaño es que por
estos te soplan 30€. Mi barman favorito se afeitaba antes de servir los gin tonic. Después, cortaba el limón,
sacaba con las manos los hielos de la cubitera y los dejaba caer en el vaso de
tubo. Aquello sí que eran aromas, dependiendo del after shave que utilizase ese día. Del Carmen poco hay que contar.
Está plagado de guiris feos y la paella es congelada. Tú eres medio guiri, así que,
a lo mejor, te sientes medio bien. Yo vivo en el Grao. Te remito a este enlace
para que sepas lo que pienso de mi barrio.
http://thevalencianer.com/es/number-0/
Valencia es una tierra de artistas. Los valencianos sacamos
el arte a la calle. Los chicles y colillas que adornan nuestras aceras no son
más que intervenciones que mejoran nuestro entorno urbano. También nuestras
mascotas participan de estas acciones con sus excrementos. No en vano dicen que
las mascotas se parecen a sus dueños y viceversa. Pero es en marzo cuando esta
expresión popular alcanza su máxima expresión. Entonces los falleros, una horda
disfrazada y envalentonada por la libación inmoderada de alcohol y la
permisividad de las autoridades, se lanza a las calles para honrar a su patrón
San José. Es la fiesta de Las Fallas. Es casi imposible describir de qué va el
asunto. Haré un esfuerzo por resumirlo. Durante cuatro o cinco días se prohibe
dormir. Los petardos, las bandas de música y las verbenas hacen que resulte
imposible. Además la población, de natural ruidosa, danza y chilla poseída por
un paroxismo primitivo. Y lo hacen alrededor de unos monumentos totémicos que
se llaman fallas. Estos monumentos son el producto de un esfuerzo enorme, tanto
físico como económico. Después de las danzas rituales, los falleros piden
permiso a su Virgen, la Xeperudeta, y le
pegan fuego a la falla. Y creo que eso es todo.
Espero que esta breve misiva haya servido para animarte a
visitar esta curiosa ciudad que, además, tiene mar.
Si yo fuera rico
Si yo fuera rico os echaría de menos. La frase no es mía, es
de José Luis Coll. Pero me identifico con ella completamente. Si tuviese un
millón o dos o, mejor, tres, electrificaría la valla de mi casa. Encargaría a
alguien de confianza que me hiciese la compra: comida, medicinas y demás. Los
libros y la música los compraría en internet. Sólo dejaría entrar a mis amigos
más queridos. El resto de mis días los dedicaría a leer, escribir, dibujar,
cocinar, cuidar el jardín y escuchar música. Y acompañar a mis gatos. Cinco o
seis gatos callejeros. Es mi idea de la felicidad porque, como dijo Woody: “El dinero no da la felicidad, pero procura una
sensación tan parecida que se necesita
un especialista muy avanzado para verificar la diferencia”.
Además, soy socio de tres ONG: Acnur, Unicef y ESAT. La primera cuida a
los refugiados, la segunda, a los niños, y ESAT da trabajo a gente como yo.
Supongo que donaría algún dinero a las tres. Así, acallaría a mi conciencia.
De todos modos, yo ya soy rico. Duermo bajo techo, como dos veces cada
día y tengo un buen par de zapatos. Y también tengo varias mangueras. No existe
mayor muestra de riqueza que poseer una manguera. Si tienes una manguera es
porque tienes plantas que regar, y si necesitas de una manguera para regar tus
plantas es porque tienes una terraza grande o un jardín. Y, para mí, esto es
ser rico, aunque no tengas dinero.
Pero también pienso que ser rico es una lata. Como poco, necesitas de
un contable. Yo prefiero tener un amigo rico, que me lleve a comer a
restaurantes caros y que me saque a navegar en velero. Si tienes un amigo rico
y te enemistas con él es porque eres gilipollas.
Estilos
de vida
No sé en qué momento la buena vida pasó a ser la vida sana.
Yo entiendo por buena vida lo opuesto a llevar una vida saludable. Al menos así
era cuando yo era pequeño. Pegarse la
buena vida consistía en comer y beber sin moderación, fumar como una chimenea,
dormir poco y gastarse los ahorros de los demás. Del lema "salud, dinero y
amor" se podía prescindir de lo de la salud. Mi generación fue más de
"sexo, drogas y rock & roll". El deporte era un espectáculo que
practicaban otros para que los que se pegaban la buena vida se entretuvieran
escuchándolo en la radio o viéndolo por televisión. Además, sólo se practicaba
un deporte: el fútbol. El resto eran deportes para chicas o afeminados. En mi
colegio, los que no valíamos para jugar en los equipos de fútbol (había dos
equipos por curso) acabábamos deambulando como almas en pena por la pista de
baloncesto o de voleibol. Ahora todo el mundo corre. Hay verdaderas multitudes
corriendo por el río como ñues y gacelas por el Serengueti. El peatón está
indefenso, si no le atropella un tipo que camina muy rápido, lo hace un
corredor, un ciclista, una moto, un coche o un autobús. A mí me dijeron que correr
era de cobardes. El franquismo, como lo hizo antes la república, intentó hacer
de los españoles un pueblo disciplinado. No lo consiguieron. A todos los
regímenes les gusta que su pueblo vaya limpio y esté bien entrenado. Tengo
alguna teoría sobre el por qué de esta obsesión, pero no creo que ahora venga a
cuento. Mi padre, cuando regresaba a casa después del trabajo, se ponía un vino
y algo para picar antes de cenar. En la vida se le hubiera ocurrido ir a un
gimnasio. Eso era para macarras amantes de las películas de Bruce Lee.
En definitiva, la dieta sana y el deporte son recomendables
desde hace relativamente poco. Y son recomendaciones que habría que poner en
cuarentena. No tiene sentido comer verdurita y beber agua sin gas si después
necesitas de complejos vitamínicos, anabolizantes y esteroides para no
desmayarte en el cauce del río cuando intentas adelantar esprintando a la chica
de las mallas ajustadas.
¡Que vivan el jamón, el sofá y la lectura sedentaria!
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