Hace ya un tiempo trabajé en una oficina de abogados. Era un
trabajo gris y yo también adquirí esa tonalidad. Trabajaba detrás de una mesa,
en un laburo de pana, caspa, nicotina y coderas. En la mesa de enfrente El
Chico de los Recados (alias Nevus¹), un señor de unos setenta años, borracho y
ladrón que hipaba y sorbía los mocos, encendió un Ducaditos. La combustión del
Ducaditos, una mixtura de sarmientos y guano, desprendió un hedor insuperable.
El beodo, cuya única inquietud más allá de la cerveza era el coñac, los ojillos
vidriosos, observaba embelesado la nada como si fuera el reflejo de sus
devenires neuronales. Una gotita de moco colgaba sin caer de la punta de su
nariz. Mas de pronto, ¡oh!, atrapó una idea y filosofó:
- Estos sudacas de mierda... es que cada vez son
más ¡hicks! Un día destos nos ovligan sus costunvres y proiben las fallas,
¡hicks! ¡Me cagüen mi calabera!
El contable (alias Pet), un tipo aerofágico, halitósico y
melón, asintió:
- Sí.
La secretaria (alias Fea Fea) culona, adefesio, holgazana,
maledicente y fea muy fea, que cotilleaba por el pasillo, se detuvo bajo el
umbral de la puerta, encendió un 1X2 y abundó:
- Y los putos moros ¿qué? Que son todos
terroristas, drogadictos y maricones. ¡Esos sí que dan miedo!
Y allí estaba yo, en buena compañía, cuando apareció el
viejo italiano. Era un tipo alto, corpulento, cercano a los ochenta años. Iba
sucio. Como sea que el pelo le raleaba, el viejo se lo había dejado largo por
detrás para no sentirse demasiado desdichado, de manera que lucía calva de la
frente al occipucio y, a partir de ese punto, una guedeja grasienta de un color
indefinido entre el blanco roto y el verde veronés dibujaba el contorno de su
chepa. Al parecer, el viejo había enviudado y la finada le había dejado un
fortunón. Venía a pagar la minuta de no sé qué consulta sobre la herencia. Me
miró de arriba abajo y yo le indiqué con la cabeza que tenía que dirigirse al
contable. Pagó y se fue, dándonos las buenas tardes con acento italiano.
El viejo regresó al día siguiente y se dirigió hacia mí.
Apoyó sus manazas en la mesa y se inclinó ligeramente. Llevaba las uñas muy
largas. Me miró a los ojos y me dijo:
-
Me gustas. Si quieres puedes venirte a vivir
conmigo. Me voy a Roma. Tengo un piso que te gustará, en la Piazza Navona.
Todavía estaré unos días en Valencia. Piénsatelo y me dices algo.
Señaló al contable.
- Ese señor tiene mi número. Buenos días.
Al Chico de los Recados se le desprendió la quijada hasta el
esternón. El contable festejó el suceso cagándose tres cuescos entre grandes risotadas.
La Fea Fea no estaba.
Le dije que no.
A veces pienso en el viejo. Supongo que a estas alturas
estará muerto. A menudo me arrepiento de haber rechazado su oferta. Total, acariciarle
el miembro al viejo hubiera sido como jugar al billar con una cuerda². Y ahora
tendría un pisito en la Piazza Navona.
1 El Nevus
tenía una peca en la frente del tamaño de su frente.
2 La
expresión no es mía. La escuché en una serie y me hizo mucha gracia.
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