Cada día tengo más claro qué es real y qué no lo es. Lo que
ocurre es real, pero en cuanto pasa por el filtro de mis sentidos deja de
serlo. Por ejemplo, cuando me miro en el espejo veo reflejado a un viejo
decrépito, con arrugas como los surcos en el barro de un pantano desecado. Un
tipo con la mirada rendida, desencantada, que parece esperar resignado el
abrazo de la parca. Y, sin embargo, yo no me siento así. De hecho, yo me siento
mucho más viejo.
Esta divergencia entre lo que se percibe y lo que se da en
llamar real es siempre muy evidente. Sin embargo, la mayor parte de la gente no
acaba de distinguir entre la realidad y la ficción. Están chalados. Todos. No
soy ni Magritte ni Foucault, afortunadamente. Ser tan listo debe ser muy
cansado. Pero como ellos sé que cuando dibujo una pipa ya no es una pipa, y que cuando nombras a una cosa deja de ser real para ser, simplemente, mi manera de
etiquetarla.
Pues bien, hace unos años se me
ocurrió escribir sobre mis recuerdos infantiles y adolescentes del colegio en
el que estudié. Me imagino que, como dicen en las teleseries, estaban basados
en hechos reales, pero tan sólo eran recuerdos. Y va, y como soy tonto, decidí
subirlos al blog. Además, cometí un error de principiante: utilizar nombres
verdaderos. Uno de ellos el de I U de M, mi profesor de Geografía e Historia,
alguien a quien describí así: “Señor U. No era un apodo, es que se llamaba así
de apellido. Su nombre completo era I U de M. Un buen tipo. Jugaba al fútbol
con más ímpetu que finura. Se ataba las presillas de la cintura del pantalón
con una cuerda de palomar para que no se le cayeran cuando corría de un lado al
otro de la cancha. Era tan voluntarioso que le jaleábamos: “¡I-U-de M!”. Y
entonces nos entraba fuerte y nos hacía daño. Bueno, a mí no, porque yo no
jugaba al fútbol. En invierno llegaba a clase con las manos heladas e iba de
pupitre en pupitre introduciéndolas en nuestras espaldas por debajo de los
suéteres. Lo hacía de broma y sin maldad. Un buen tipo”. Esto lo escribí en
2010 y pierde mucho sin el nombre completo, que es gracioso y tiene rima. Pero
no quiero más líos. Me imagino que I U de M es de los que busca su nombre en Google,
porque encontró mi texto, lo leyó y no le hizo ni puta gracia. Y eso que él era
de los pocos profesores que salía bien parado. Lo peor es que se corrió la voz
y al resto de los profesores, con los que, la verdad sea dicha, no tuve
demasiada piedad, no les convenció mi vigoroso trazo grueso. A I U de M le tocó
hacer de portavoz de los indignados. Fue entonces cuando mis padres, que
mantienen el mismo número de teléfono desde que ese italoamericano -cuyo nombre
nadie recuerda excepto los mafiosos que crean fundaciones en su memoria y para
blanquear dinero- inventó el artefacto, recibieron una llamada del pasado,
cuarenta años después…
RING, RING, RING.
-
¿Digaaaaa?
-
¿Don A?
-
Sí, soy yo.
-
Soy I U de M. Su hijo ha vuelto a liarla.
Me supo fatal, porque yo guardo
un buen recuerdo de dos o tres de mis profesores.
Que la gente confunda la realidad con la ficción es
una lata. Más de una vez he tenido que oír a propósito de un texto mío aquello
de “pero es que no fue así”. Estoy harto de dar explicaciones. De manera que
hoy quiero dejar claro que cualquier situación descrita en mis textos y su
eventual parecido con la realidad es pura coincidencia, ¿vale?
Cuánta razón lleva usted señor, el otro día llamé hijo de puta a R y me soltó una galleta. Un malentendido sin duda.
ResponderEliminarY por cierto, yo también estoy hasta los cojones de la pipa que no es...
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