sábado, 30 de diciembre de 2017

Azar final

No creo en el destino, más allá de que sé que me he de morir, como todo el mundo. Sin ir más lejos, esta frase que acabo de escribir es fruto del azar. Podría haber escrito otra para iniciar este texto, probablemente mejor. De hecho, se me había ocurrido otra, pero como no la he anotado se ha ido al limbo de las frases pensadas. Creo que la mayor parte de lo que nos ocurre sucede porque sí, sin más.

No soy jugador. Los juegos que menos soporto son aquellos sobre los que no tengo ningún control. Tampoco me gustan las sorpresas. De manera que, una vez más, naufrago en la paradoja. Aborrezco la predestinación y me incomoda el azar. A ver, por decirlo de algún modo, me encanta cierto tipo de azar poético, ligeramente controlado. Me explico con una historia. Anteayer o hace dos días, no lo recuerdo, almorcé con A y con JV. Como tengo mala memoria, he creado una regla nemotécnica para recordar en qué día me ocurre tal o cual cosa, pero la he olvidado. Almorzaba, pues, con A y JV y la conversación derivaba de un modo ameno e instructivo no exento de cierta polémica. A opinaba que la corrección política es una gilipollez, mientras que JV pensaba que es una mierda pinchada de un palo. Yo, sin embargo, apunté que ninguno estaba en lo cierto sino que se trataba de un complot de los cojones, posiblemente pergeñado por los extraterrestres. Puse como ejemplo lo siguiente (y que me perdone mi lector el cambio de registro): cada vez que muere una mujer a manos de un hijo de puta, alguien acaba soltando la siguiente mentecatez: “El 50% de la población está matando al 50% restante”. Esto, sobre ser una idiotez mal expresada, resulta muy ofensivo. Aunque no lo creo necesario, no puedo evitar decir que ni el 100% de los hombres matamos a nadie ni el 100% de las mujeres están muertas. Obviedades aparte, lo más increíble del caso es que estos gurús de lo políticamente correcto pasan por alto, o no se enteran, cuando los personajes de sus series favoritas caen en comportamientos machistas. Esta situación que describo la he visto en dos series que se suponen progresistas, “Friends” y“Big Bang Theory”. Una pareja, chico y chica, llegan a un restaurante muy caro que está de moda en ese momento. Tiene que ser para ambos una noche especial. Cuando llegan, aun a pesar de que han reservado una mesa, tienen que hacer cola. Un tipo que está en un estrado, a la entrada del restaurante, es el que decide quién se sienta a cenar y quién debe esperar. Por cierto, qué extraño personaje el del tipo del estrado, un gilipollas arrogante y atildadillo, seguramente homosexual, que juega a ser Dios cuando tan sólo es un mierdecilla. Pues bien, nuestros protagonistas esperan su turno. Pero las chicas, en ambos casos, ven que otras parejas se cuelan por delante del atildadillo. Entonces estas chicas, que se supone que han elegido a sus novios por su inteligencia y sentido del humor y no por su bravura, les exigen que se comporten como deben, es decir, como machos verdaderos. Pero los dos fracasan. No sirven ni el soborno ni la chulería impostada. Entonces las chicas, algo mosqueadas y haciendo notar a los chicos su disgusto, deciden tomar cartas en el asunto utilizando lo que se da en llamar sus armas de mujer. El problema es que al petimetre no le van las ostras. Y siguen esperando. En resumen, los hombres han de ser fuertes y competitivos, las mujeres, coquetas y seductoras, y los maricones son todas unas rabiosas. Y que conste que no tengo nada en contra de los estereotipos, pero sí de las diferentes varas de medir.

A y JV me dijeron que estas cosas sólo pasan en las grandes ciudades, como NY o LA, pero no en VLC, donde vivimos como adanes y evas en el paraíso terrenal. Esto nos llevó a hablar de algunos pueblos de la comunitat. De ahí, a los topónimos y de cómo Franco sólo se atrevió a castellanizar los nombres que tenían fácil traducción como Elche, Calpe o Játiva, pero no tuvo huevos para hacerlo con Rafelbunyol (Rafaelbuñuelo), Massanassa (Demasiadanapia), Massarojos (Demasiadospelirrojos), Massalavés (Muchosalaveses), Massamagrell (Demasiadacarnedecerdo) o Alginet (Alguienlimpio).
Y entonces A comentó algo que sirve como colofón y moraleja de esta historia. A nos contó que estuvo a punto de vivir en Roca-Cúper, una pequeña pedanía de la huerta de Valencia, porque le gustaba el nombre. Así la conversación, fruto del azar controlado, nació de nuestra opinión sobre lo políticamente correcto, fluyó hacia las grandes ciudades y lo bien que se vive en la nuestra, sobre todo cuando acabas de empujarte un bocata de embutido y una cerveza, de ahí, a lo exótico de nuestros pueblos y, por último, al que alguien pueda cambiar su destino porque le gusta el nombre de un lugar que no conoce. Poesía.


Desde ese espermatozoide valeroso que entre tantos y contracorriente fecundó el óvulo que nos hizo, todos nadamos en el río del azar. Por lo tanto, como dijo el poeta, be water my friend.

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