lunes, 5 de marzo de 2018

Ejercicio


Hace veintidós años que mi familia y yo vivimos en un piso provisional. Tanto es así que hemos acabado de pagar la hipoteca. Yo me mudaría. Son demasiados años viviendo provisionalmente. Mi familia -A, mi hija, mi hijo, el perro, la perra, las plantas, los libros y sus lepismas- parece que no opinan lo mismo. Se han apalancado.


Dicho esto, que no viene a cuento de nada, lo que pretendo es dejarme ir. Para mí la escritura de este blog es un ejercicio de improvisación. Mis pensamientos, que no mi ideología, son como mi piso: provisionales. Creo que sé a grandes rasgos lo que quiero contar, pero no sé de qué modo voy a hacerlo. Ahora sé que quiero hablar de la estupidez.

Profesores estúpidos

Los profesores de mi colegio -sí, otra vez el colegio, se ve que tengo un trauma- eran muy partidarios de un peculiar método pedagógico que consistía en rehabilitar a los alumnos conflictivos, vagos, gamberros o, directamente, desequilibrados, sentándolos en el pupitre junto a un alumno dócil, sensato y aplicado. El resultado del experimento era siempre el mismo: el niño listo y bueno se transformaba, pocos días después, en un cabronazo de marca mayor. El malote, sin embargo, mantenía inmaculada su prístina hijaputez. A pesar de que las estadísticas, basadas en datos empíricos e irrefutables, demostraban lo inadecuado del sistema educativo, los profesores, obcecados y estúpidos, no dudaban en aplicarlo una y otra vez. Es un verdadero milagro que entre mis condiscípulos sólo haya un par de asesinos en serie.

Coming soon:

Políticos estúpidos (No es un pleonasmo, aunque podría serlo) 


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