Tengo un amigo, veinte años más joven que yo, que hace
deporte. No sé por qué somos amigos. He intentado iniciarle en el mundo de la
droga para ver si se le pasaba, pero no muestra
interés y no se esfuerza.
Mi amigo escala montañas nevadas en pantalón corto. A veces
las sube en bici para después, una vez coronada la cima, dejarse caer peñas
abajo con mucho riesgo de su integridad física. Al parecer, este tipo de
actividades suicidas son adictivas debido a la secreción de adrenalina,
testosterona, serotonina, dopamina y lisérgicos naturales… ¿o eran opiáceos?
Esta adicción conlleva un significativo menoscabo de la economía de mi amigo
que, necesitado de su dosis diaria, cuando no trepa corre y cuando no pedalea
se tortura en el gimnasio. Si sumas lo que cuestan las zapatillas adecuadas a
cada una de las disciplinas –que, además, hay que reponer con cierta
frecuencia-, las muy variadas camisetitas de marca, la bicicleta de fibra de
carbono, el casco de diseño, el cuentakilómetros, los muy diversos chismes para
medir el ritmo cardíaco, los gastos del gimnasio, etc, la cosa se pone en un
pico. Por no hablar de la ropa ajustada para lucir pectorales, serratos, abdominales,
glúteos, gemelos e isquiotibiales después de la ducha.
Yo, a mi amigo, lo veo mal. Tiene bultos donde no toca y
moretones por todo el cuerpo a consecuencia de las hostias que se mete cuando
se despeña con la bici. No quiero ni
pensar que pueda caer en el cenagoso pozo de la vigorexia y que reviente por
las costuras. De momento, he notado que a medida que le crecen los bíceps le
mengua el vocabulario, aunque puede que sea una percepción sesgada por mi
aversión a cualquier ejercicio físico innecesario.
Sin embargo, no he percibido ninguna merma en su libido. Más
bien al contrario, mi amigo parece un sosias de Priapo. Tanto es así que el
otro día fuimos a tomar algo –yo un vino, él un isotónico-, me señaló a una
chica muy corpulenta, tatuada y peluda y me dijo: “Me la tiraría”. Yo pensé que
acostarse con esa chica hubiera sido como hacer el amor con un mexicano, en
concreto con el que toca la guitarra grande. Supongo que este furor venéreo se
debe a la ingesta inmoderada de anabolizantes, esteroides y lonchas de pechuga
de pavo sin sal.
Es muy triste ver como personas jóvenes, con un lindo
porvenir, echan a perder sus vidas por culpa del deporte. Creo que voy a
recoger firmas en Change.org para que el gobierno nos escuche y a ver si entre
todos conseguimos erradicar esta terrible lacra.
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