14/04/2020. Trigesimosegundo día. Por las mañanas llueve y
por las tardes sale el sol.
Por fin he limpiado la librería y, como me temía, me ha
atacado una alergia jodona y destilante. Además, he constatado que los libros
no me caben ni de canto. He llenado dos cajas para llevarme la ciencia ficción,
pero no es más que trasladar el problema a otra parte. Ya veré qué hago porque
yo no sé deshacerme de nada, y menos de
los libros. Defiendo con pasión el deleite pasivo, aquel que no requiere de mi
participación física, y los libros son el mejor exponente. Ya dejé escrito en
este o en otro blog que no soporto participar activamente en lugares en los
que, a priori, no me compete. Por ejemplo, en el teatro. ¿Qué es eso de sacar a
un espectador a escena para que arrastre un piano de cola invisible? Una
estafa. Eso es lo que es. Yo he pagado mi entrada y me niego a hacer el
ridículo delante de trescientas personas. Tampoco soy muy de cantar
estribillos, iluminar con la linterna del móvil o bailar en los conciertos, a
no ser que sean de salsa. Por eso me da vergüenza aplaudir a las ocho y saludar
a mis vecinos con la manita. Es paradójico tratándose de alguien (yo) que ha
enseñado el culo en lugares tan emblemáticos como los Campos Elíseos (París,
Francia) o el Bar La Trompeta de Porto do Son (Rías Baixas, A Coruña, Galicia).
Todo depende del lugar y las circunstancias. En cuanto a los videojuegos, me
gustan las aventuras gráficas, en las que he de resolver enigmas y comerme el
tarro. En ningún caso jugaría online compartiendo tiros con gente de la que no
me fío. Y en el cine, nada de gafitas de 3D, asientos que vibran ni mamonadas
por el estilo.
Así que no quiero desprenderme de mis libros. Ni de los que
llegarán. Muchos de ellos me ha costado Dios y ayuda encontrarlos. Otros han
sido regalos meditados de mis amigos. Unos cuantos están dibujados y dedicados
por sus autores. La sensación de comprar
un libro muy deseado es incomparable, salvo, claro está, con su lectura. No es
en ningún caso el anhelo del coleccionista, al menos no en lo que a mí respecta,
sino de quien se anticipa al placer que está por venir. Antes me podía la
impaciencia y era incapaz de dejar un libro sobre la mesa esperando su turno. Ahora
disfruto de la espera. Cuando acabo un libro me gusta dejar el punto de lectura
en la última página. Procuro que dé pistas sobre el momento en el que lo leí.
Otra de mis manías. Por gustarme me gustan hasta los lepismas, esos pececitos
de plata que bucean entre sus páginas, aunque se las coman. Y me da mucha rabia
prestarlos y que me los despisten, pero siempre espero que el amigo de lo ajeno
los disfrute. No creo ser mejor o peor gracias o por culpa de los libros, pero
sí más feliz. Por eso les perdono la alergia, a los muy cabrones.
Los libros son casi el mejor de los vicios solitarios.
P.D: Hoy he aprendido una palabra que a buen seguro me será
muy útil y utilizaré siempre que la ocasión lo requiera.
Franchipán: Pequeño árbol de hojas grandes lanceoladas y
vistosas flores que segrega un látex transparente. Crece en sabanas pedregosas,
costas secas y sierra, y como ornamental en jardines y parques.
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