07/04/2020 Vigesimoquinto día.
Todo son buenos propósitos cuando estrenamos el año o cuando
acaba el verano. Unos deciden dejar el tabaco, otros, la farlopa. Los hay que
quieren estudiar inglés y los que prometen ir al gimnasio a diario. Algunos,
los más sensatos, prefieren rebajar sus expectativas hacia metas más realistas,
como aprender a montar a caballo de pura sangre o a pilotar avionetas. Pero los
más entrañables son aquellos que pretenden realizar de modo autodidacta aquello
de lo que no saben nada. Entre estos se encuentran los que se proponen escribir
esa novela que llevan dentro. No sé quién fue el primero en enunciar la frase,
debió ser alguien que quería vender sus talleres de escritura, pero, no nos
engañemos, no todos llevamos una novela dentro. Ni, aun en el caso de que así
fuera, no todos sabríamos escribirla. Yo leo -paso previo a la escritura- desde
que aprendí a hacerlo y escribo desde hace años, y, con toda franqueza, no me
veo capacitado para afrontar un reto de esa envergadura. Me queda grande.
El rollo viene a cuento de lo que sigue. Como sea que
tenemos que vivir encerrados, hemos tenido que rehacer la asignatura de “Audiovisual”.
Las limitaciones que se nos imponen son evidentes, puesto que no podemos contar
con actores, rodar en exteriores o trabajar con los medios técnicos previstos. Los
alumnos han tenido que escribir un guion
conforme a estas trabas. Los dos guiones seleccionados tratan de la situación
que estamos viviendo, aunque, como suele ocurrir, no se parecen en absoluto.
Uno de ellos plantea las tribulaciones de un escritor novato. Un cincuentón
separado, con un trabajo anodino, decide aprovechar la cuarentena para
enfrentarse por fin al folio en blanco y escribir esa originalísima novela que
lleva dentro. Es temprano. Ilusionado, distribuye con esmero sobre su mesa
lápices, sacapuntas, marcadores y una resma de folios. Cree que si escribe a
mano, con su estilográfica favorita, todo fluirá con naturalidad. Separa el
primero de los folios, abre la tapa de la pluma y… no sabe por dónde empezar.
Se levanta y se prepara una cafetera. Cualquier cosa le distrae: la sirena de
un coche de policía, el ladrido de un perro, la canción “Resistiré” que un
vecino se empeña en reproducir en bucle desde una ventana cercana, etc. Se acerca
al baño, mea y se lava las manos, prepara la comida, se asoma un ratito al
balcón, ve las noticias, se lava de nuevo las manos. Así hasta las ocho de la
tarde, cuando los aplausos solidarios del vecindario le anuncian que lleva un
montón de horas delante del folio y que este sigue en blanco inmaculado. Aquí
se abren diferentes finales que los alumnos siguen debatiendo y que, en
cualquier caso, no sacan a nuestro escritor en ciernes de su bloqueo. Y es que,
no nos engañemos, uno no se transforma de golpe y porrazo en escritor, por mucho
tiempo que se tenga por delante.
Por cierto, el corto está muy bien resuelto técnicamente
porque toda la acción transcurre en la misma habitación. Lo demás se narra en off, tanto lo que ocurre en el resto de estancias
como en la calle. A esto se le llama sacar partido de las limitaciones.
Estos días he leído algunos artículos bienintencionados del
estilo de “50 cosas que hacer durante la cuarentena”. A lo mejor dan ideas,
pero a mí me agobian. No me creo que nadie sea capaz de hacer todas aquellas
cosas que no hace habitualmente. Hasta puede llegar a ser frustrante. Más les
conviene, a quienes puedan, regodearse en la pereza. Evitarán inquietudes
innecesarias (creo).
P.D: A mí se me ha ocurrido un guion para una peli porno: es
el mismo de siempre, aunque los actores llevan mascarillas y guantes pero no
condón, para aportar una pizca de suspense.
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