Mago, el afable perromierda, es viejo. Yo también.
Anoche paseábamos por el puerto, una caminata habitualmente callada y feliz, cuando una turbamulta de seres fosforescentes quebrantó nuestra intimidad. No eran extraterrestres ni afectados por una nube tóxica. Eran runners, o sea, corredores. En este caso, corredores nocturnos, o sea, night runners. Al menos eso se leía en sus camisetitas refulgentes.
Anoche paseábamos por el puerto, una caminata habitualmente callada y feliz, cuando una turbamulta de seres fosforescentes quebrantó nuestra intimidad. No eran extraterrestres ni afectados por una nube tóxica. Eran runners, o sea, corredores. En este caso, corredores nocturnos, o sea, night runners. Al menos eso se leía en sus camisetitas refulgentes.
Durante mucho tiempo pensé que los únicos deportes sensatos
eran los juegos de mesa, aunque me aburrían mortalmente. Más tarde, incluí el
futbolín, el billar y el ping pong, deportes muy físicos y de alto riesgo sin
duda. Ahora sólo camino y nado. Como Mago, mi viejo amigo, que ya no puede ni
subir escaleras.
Mago y yo estamos mayores y no nos gusta que nada ni nadie nos perturbe. Y menos alguien que invade el barrio, te deslumbra y te atropella un sábado por la noche. Se conoce que no tienen nada mejor que hacer. Pobrets.
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