Nuevo año cristiano.
Mayo, junio. 1845.
El pecado imprime en
el alma manchas tan asquerosas que es imposible formarse idea de su fealdad y
negrura. Mancillado el esplendor de su belleza queda tan deforme que hiere los
ojos de la divinidad, como los olores fétidos y corrompidos el sentido del hombre.
Apaga la luz de la razón, porque el pecado no es más que un acto de locura que
roba la gracia santa y esplendente que circunda al alma como una aureola de de
beatitud. Subyugada por este enemigo irreconciliable, se olvida el alma de sí
misma, se adhiere al mal y se contamina por este contacto, convirtiéndose en un
objeto tan abominable como los que la han precipitado a su perdición.
Me encontré con este
texto el sábado pasado a la hora de la siesta. No es que tenga nada que ver con
lo que voy a escribir a continuación, pero me parece una reflexión muy acertada
y enormemente recomendable para mi lector. También me pareció interesante para
uno de los libros que estoy pergeñando. Es por este motivo, los libros con los
que me he liado, que no escribo en el blog. Tampoco pienso que me eches
demasiado de menos, lector. Regresaré, de vez en cuando, en cuanto tenga ganas
de contarte algo. Un sentido abrazo y no peques, que te quedarás bajito,
ceniciento y con ganas de aborrecer mucho. Como yo.
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