miércoles, 27 de noviembre de 2019

Halloween


No tengo nada en contra de la cultura estadounidense. Me gustan Woody Allen, Truman Capote y el jazz. Pero no me gustan las fiestas-timo, como Halloween. De hecho, ignoro sus orígenes, quizá no sea un invento yanqui, pero es de ahí de donde la hemos importado. Lo que sí sé es que es una fiesta pensada para sacar dinero a los incautos, como San Valentín o Papá Noel. Valga como ejemplo de lo que digo lo que me ocurrió el pasado jueves por la tarde, día de los difuntos. Regresé de la escuela y saqué a pasear a los perros, como tengo por costumbre. En el parque donde se alivian Mago y París correteaban un montón de niños hiperazucarados que al grito de “¡Trato o truco!” molestaban a los viandantes con la intención de que financiasen su adicción a las gominolas. Como sea que llevaba los auriculares en las orejas, cara de mala hostia y dos perros de apariencia peligrosa, los niños se abstuvieron de darme el coñazo. De todos modos, tampoco entiendo el significado del eslogan “¡Trato o truco!”, así que, de haberlo intentado, los niños se hubieran encontrado con un chorrito de agua en la cara proveniente de la botella que llevo para diluir los orines de mis perros. Todos los niños iban disfrazados de personajes terroríficos como el Conde Drácula, el monstruo del Doctor Frankenstein o la Momia. Alguno portaba su propia cabeza decapitada entre las manos. Y todos llevaban una calabacita hueca en la que depositaban su botín. Se notaba que la tienda de los chinos había hecho su agosto. De entre todos los monstruitos me fijé en una niña cuyo disfraz, no por menos terrorífico, desentonaba un poco. La niña iba disfrazada de pastorcilla. Se ve que su mamá había confundido la fecha o, simplemente, no quería gastarse el dinero en chorradas pero tampoco disgustar a su hija. Y allí iba la niña, ufana, con su cestita, recogiendo las chucherías que le daban. Pensé que la situación daba para un cuento de navidad muy dickensiano: mamá pobre que remienda el disfraz navideño de su hija para que esta no se sienta proscrita y disfrute de una fiesta, yanqui y capitalista, aun a pesar de que lo único que consigue es que el resto de los niños se rían de ella y le peguen una paliza. Quizá la escriba algún día.

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