sábado, 13 de marzo de 2021

Fútbol

 

Estimado señor:

Fui uno de esos niños a los que sólo eligen en el equipo de fútbol cuando el balón es suyo. Unas navidades pedí un balón a los Reyes Magos. Me trajeron uno de reglamento. Al día siguiente lo llevé al solar y pude capitanear mi propio equipo. Los capitanes de cada equipo seguíamos un ritual para seleccionar a nuestros jugadores. Nos situábamos uno enfrentado al otro a pocos metros de distancia y caminábamos a pasitos. Alternábamos nuestros pasitos colocando el talón del derecho pegado a los dedos del izquierdo y, después, el talón del izquierdo pegado a los del derecho. Así, avanzábamos poquito a poco, un pie delante del otro, y a cada paso uno gritaba: “¡oro!”, y el otro respondía: “¡plata!”.El primero que pisaba con la punta de su pie la zapatilla del rival decía “monta y cabe”. Si el pie montaba sobre el propio y el del contrario y, además, cabía entre ambos en horizontal, el ganador podía elegir al primer jugador. Se trataba, sin duda, de un método ecuánime para igualar las fuerzas. El primer jugador en ser elegido solía ser el goleador y el último el portero, porque para eso servía cualquier gordo. A mí, cuando no era el dueño del balón, me dejaban fuera o, en el mejor de los casos, me ponían de poste.

Coloqué mi balón, nuevecito de trinque, en el hipotético centro del solar. Rifamos el saque y ganó el contrario. Me daba un poco de rabia que el capitán del otro equipo estrenase oficialmente mi balón, pero las reglas son las reglas. Mi contrincante sacó con un pelotazo largo que pretendía sorprender al portero. La pelota voló por encima de nuestras cabezas y se perdió por encima de la tapia que cercaba el solar. Salí corriendo a buscarla pero no la encontré. Me imagino que alguien que pasaba por ahí se la llevó. Me quedé sin regalo de Reyes antes de pegarle un chut en condiciones.

Desde entonces sólo jugué al fútbol con los niños que leían y únicamente los días de lluvia, que era cuando dejaban libre el solar. Además, como sea que los niños que leían no pedían balones a los Reyes Magos, jugábamos con pelotas que fabricábamos con el papel de plata que envolvía nuestros bocadillos del almuerzo.

Los niños que leían me contagiaron su afición y, con el tiempo e inspirado por mis lecturas, yo mismo comencé a escribir. Pasados los años me alcanzó el éxito y fui apreciado por los lectores y la crítica. Es por eso que el pasado domingo me invitaron a realizar el saque de honor en el partido que enfrentaba al Levante UD, el equipo de mi barrio, contra el Valencia CF, nuestro eterno rival. Comprenderá usted, después de lo narrado ut supra, mi reacción al verme en el estadio, delante del balón y jaleado por miles de aficionados. Impelido por aquellos recuerdos gambeteé entre los jugadores del Valencia que, entre perplejos y divertidos, no comprendían si se trataba de un repentino brote sicótico o de una improvisación artística. Mi sensación al perforar la meta valencianista me acercó al orgasmo.

Lo que sucedió a continuación, para mi disgusto, ha trascendido las fronteras y me ha elevado a la categoría de trending topic mundial. Es evidente que la desnudez cargada de lorzas de un sexagenario es motivo de mofa y hasta, si quiere, de censura estética. Pero acusarme de escándalo público y acompañar mi vergüenza de una multa desproporcionada es sin duda una exageración. Apelo a su señoría, pues, para que reconsidere su sentencia. Dadas las circunstancias, ruego que valore el atenuante de la erección involuntaria y, en su caso, la eximente de trauma infantil.

Causa que traslado a V.E. en Valencia, a 14 de marzo de 2021.

 

 

 

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