sábado, 30 de mayo de 2020

Rojo


30-05-2020 He dejado de llevar la cuenta

Me siento a escribir a las nueve y cuatro minutos de la tarde. Es sábado. El cuerpo me pide hablar sobre la tecnología y el deporte como los grandes timos del S.XXI. Trabajo mucho por culpa de la tecnología pero, afortunadamente, no practico deporte alguno. Quizá mañana, si puedo, hable de ello. Pero un amigo dice que soy muy de de izquierdas y empiezo a sentir que he de justificarme sin sentir vergüenza.

Para mí ser de izquierdas es:

-          Evitar el sufrimiento y el dolor de los demás en la medida que mi egoísmo me lo permita.
-          Pagar mis impuestos conforme a mis ingresos siempre que se administren bien.
-          Respetar la libertad individual y la libertad de expresión.
-          Repudiar los populismos y los nacionalismos.
-          Desconfiar.
-          Ser ecologista mientras no me agredan las gaviotas.
-         Asistir a un erizo cojo.
-          Y, en ningún caso, ansiar el poder o justificar la violencia.

Es fácil.

miércoles, 27 de mayo de 2020

El cuarto de baño (fino humor británico)


27-05-2020 Seputuagesimosexto día.

El lector, a quien por otra parte se la suda, perdonará los cinco días de ausencia. Ha sido por culpa de esa bendición que llaman trabajo. “Trabajar” cuenta con un montón de sinónimos. Uno de ellos es “obrar” que en su primera acepción es “Hacer algo, trabajar en ello”, y en la quinta “Evacuar el vientre, defecar”.

Así mismo, la palabra “escatología” tiene un par de significados. Por un lado es un “Conjunto de creencias y doctrinas referentes a la vida de ultratumba” y también es el “Uso de expresiones, imágenes y temas soeces relacionados con los excrementos”.

A mí me gusta encerrarme en el cuarto de baño, aunque no tengo pestillo ni ningún otro tipo de cierre eficaz salvo la punta de mi pie derecho. Pero quienes me conocen saben que no me refugio en él por vicio ni por tentaciones suicidas, sino para leer, escuchar la radio o música o, simplemente, pasar un rato a solas.

Hace años instalé un revistero de pared en mi baño. Por ahí han pasado desde clásicos griegos hasta poetas ultraístas, todos ellos agradecidos, creo, por mi hospitalidad y buen obrar.

Últimamente no paro de obrar. El trabajo me lleva loco, pero procuro sacar ratitos para el asueto dada la proximidad del revistero. Me gustan especialmente los autores que no descuidan la escatología entre sus temas predilectos. La vida de los fantasmas me interesa casi tanto como la de los vivos. Ojalá tuviera uno como mascota. El problema es que los fantasmas atraviesan las paredes y las puertas, se cuelan por las rendijas y a veces arrastran muebles por las noches, y yo tengo muy mal dormir. Además, de cachorros, gimen. Pero a cambio es gracioso pasearlos de la cadena y hablar de su raza o sus costumbres con otros dueños.

Y ya está, que para un ratito que he sacado sobra. Voy a continuar obrando.

P.D: Para los ingleses, que me revisan la próxima semana la metodología docente. Me llevan de culo.



sábado, 23 de mayo de 2020

Desventuras del hueso palomo y otros temas


22-05-2020 Septuagésimoprimer día.
1

Como dijo alguien, gozo de una mala salud de hierro. Sería una muestra de presunción por mi parte alardear de todas mis miserias pretéritas, presentes o de las que intuyo por venir. Vendría a ser como si Rafael Nadal chulease de sus Grand Slam  o Donald Trump de subnormalidad. Hace unos días dejé escrito que no soporto a quienes se quejan de sus enfermedades. En realidad, no es más que un modo vanidoso de llamar la atención. Ya que la providencia no derramó sus dones sobre mí  -se dicen- dejad al menos que disfrute de mis padeceres. Pero por una vez, y sin extenderme, quiero comentar dos problemillas leves, uno muy evidente y no tanto el otro, que derivan de las mismas causas. Las causas son el sedentarismo y la cercanía de la nevera. Los problemillas, una panza ridícula y un dolorcillo perenne en el hueso palomo. Lo del barrigón va a tener difícil arreglo de cara al verano. Lo del coxis espero que mejore en cuanto pueda levantarme de la silla que me tiene permanentemente atrapado frente al ordenador.

El coxis es un apéndice vestigial. Según el diccionario es “un hueso propio de los vertebrados que carecen de cola, formado por la unión de las últimas vértebras y articulado por su base con el hueso sacro”. Es decir, lo que nos queda de la cola que tuvimos cuando fuimos monos. Un absurdo evolutivo como el dedo meñique del pie o los pelos del sobaco. Yo, ya puestos, preferiría tener cola. La agitaría cuando estuviera contento, la metería entre las piernas cuando no y espantaría con ella a las moscas en verano. En lo cultural me reconozco anticuado, que no nostálgico. Pero en lo evolutivo necesito acción. Prescindimos del rabo, un apéndice altamente expresivo y, sin embargo, conservamos las muelas del juicio o los pelos mal distribuidos por parroquias de pies a cabeza. Por no hablar de la constante secreción de residuos pegajosos o malolientes que dejan constancia desagradable de nuestra mortalidad. De entre todas las partes del cuerpo es la espalda la que peor ha asimilado la bipedación. Caminamos erguidos a dos patas y la espalda acaba por cargar con todo el peso. Yo estoy echando chepa. Demasiadas horas encorvado delante del monitor. Y me duele el hueso palomo, una molestia que no consigo mitigar ni con las friegas milagrosas de linimento Sloan.

Ya es hora de que nuestro cuerpo descanse y demos paso a la supremacía del intelecto. Aprendamos a levitar.  

2

Un día inhalé el humo del polen de la planta del kif, algo que distorsionó mi percepción del entorno, lo que en algunos cenáculos intelectuales se conoce como “ciego” o “cebollazo”. Estaba solo en el campo. Me sentí en comunión con la naturaleza. Los árboles me susurraban poemas arbóreos y las garrapatas querían anidar bajo el forro de mi escroto. Seguí el rastro de las hormigas hasta su hormiguero. ¡Qué interesante la vida de las hormigas! ¡Y qué disciplinadas! Ahí está la reina, cubierta por un rey provisional que muere en cuanto acaba su cometido. La reina vive muchos años más, desovando sin parar. Después está la plebe, una casta infértil y asexuada que se divide en soldados y obreras. Las soldado, grandotas y cabezonas, protegen el hormiguero de amenazas exteriores y obligan a currar a las obreras. Las obreras, curran. Todo esto ya me lo sabía yo de las clases de ciencias naturales, pero verlo en directo con mi sensibilidad alterada me dejó perplejo. ¡Qué gilipollas, las hormigas! Pero, pobrecicas las hormigas que no pueden votar para cambiar el sino de los tiempos.

3

Qué difícil es esto de la organización social. Un día eres antisistema y el otro casta. Y al revés. Los de las banderitas se manifiestan en nombre de la libertad para mantener su estatus y salir de compras. Los que lo consultaban todo resultan ser felices en una situación que les permite no consultar nada. Parece que a todos les ha venido bien tenernos preocupados por un solo tema. Pero, eso sí, los seres humanos que vivimos en democracia, erguidos y a dos patas, podemos votar o montar una revolución para cambiar nuestros destinos, como bien sabía Lampedusa. Ya.

jueves, 21 de mayo de 2020

Condenado


21-05-2020 Sexagesimonoveno día.

Robé una hostia del sagrario de la ermita y la atravesé con la espada de un naipe. Era una hostia grande, esa que el cura bendice y parte en varios trozos antes de comérsela. La hostia resultó ser muy frágil, y cuando la ensarté con la espada recortada del naipe, se rompió en varios pedazos. La recompuse como pude y quedó con el aspecto de un trencadís. Finalmente el collage no me gustó y lo abandoné, entre tantos otros, en la abultada carpeta de los fracasos.

No sé si afanar una hostia de un sagrario alcanza la categoría de sacrilegio. Puede que sí. En mi descargo diré que fue con buena intención: pensaba que el collage me quedaría tan bonito que lo vendería y con lo que ganase compraría comida para los niños pobres. Es mentira. La robé porque me apetecía. Lo del collage se me ocurrió después.

De los Diez Mandamientos he incumplido los diez (si el quinto incluye fumigar algún que otro bicho).

También he profanado tumbas con permiso y ya profanadas sin él. Me explico. He bajado a fosas comunes para traerme cráneos a casa con la excusa de la anatomía artística. Bastaba con darle una propina al conserje del camposanto para que te dejase bajar. También me he acercado a cementerios profanados por satánicos drogados para fotografiar los destrozos y llevarme algún recuerdo.

Mi lista de pecados veniales y mortales es tan extensa como escaso mi arrepentimiento. Me temo que de haber un infierno estoy condenado a arder en él por toda la eternidad. De todos modos, como dijo Aquel, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, y yo tengo mucha fe en Su infinita misericordia. Y seguro que me arrepiento en el último momento y listo.

Por eso le tengo mucho más miedo al castigo humano que al divino. Hoy he quedado a las ocho con mi amigo A. para tomarme un vino de trabajo. Es mentira. Lo de hablar de trabajo lo hacemos por teléfono todos los días a cualquier hora. En realidad, nos vamos a empujar un vino porque sí. Desde el lunes se nos permite ir a los bares, pero a partir de hoy ha de ser con mascarilla. Resultará de una comicidad patética ver cómo nos bajamos la mascarilla cada vez que queramos pegar un sorbo. O eso, o usar pajita. Pero a ver quién es el guapo que se arriesga a que le casquen 600€ por no llevarla. A mí, ahora mismo, me imponen más las multas que el temor a que me pinchen el culo con un tridente.


martes, 19 de mayo de 2020

Hasta aquí


19-05-2020 Sexagesimoséptimo día.

No me considero una persona drástica ni mucho menos rencorosa, pero cuando tomo una decisión que considero justa es muy difícil que recule. Pondré un ejemplo. Hubo un tiempo en el que me acercaba de vez en cuando a un restaurante en el que hacían un magnífico cous-cous por encargo. No era un cliente habitual, pero sí lo suficiente como para que tanto el dueño como los camareros me reconociesen. El dueño es belga y antipático. Todo el mundo en el pueblo lo sabe. En realidad el restaurante se nutre de clientela foránea y sobrevive de lo que saca en verano. El local es feote, hortera, con flores de plástico en las mesas y sillas de mimbre pintadas de rosa tan del gusto de los guiris que calzan sandalias con calcetines. Pero lo importante en su momento era que el cous-cous estaba buenísimo y que las raciones saciaban. Un día, vencida mi tacañería congénita por la ingesta inmoderada de combinados a deshoras, decidí invitar a unos amigos. “El local es feote -les dije- y el dueño es un gilipollas, pero cocinan un cous-cous excelente”. Después de un par de entrantes aceptables, sacaron el puchero y las bandejas con el cous-cous. Entonces se acercó el dueño del restaurante, con su carota gorda y su pelo a cepillo. Yo pensé que se trataba de la clásica visita protocolaria, pero no. El belga me miró y me dijo: “¿Usted sabe cómo se come el cous-cous?”. No he vuelto por ahí. Han pasado ventiséis años.

Hoy he tomado la decisión de no votar de momento y, me temo, que por muchos años. Es probable que me lo piense en las municipales, pero dependerá de los candidatos. Han pasado casi cuarenta años desde que voté por primera vez y siempre he cumplido con lo que consideraba mi obligación. He sido miembro de una mesa electoral cuatro veces, la última como presidente cuando lo de la OTAN. Pero me he cansado. No es una cuestión coyuntural, quiero decir, que no tiene nada que ver con la gestión de la pandemia. De hecho, nunca he estado tan desinformado como lo estoy desde que comenzó. Es hartazgo puro y duro. Tanto o más de mis conciudadanos que de los políticos. ¿Y pensar que hubo un tiempo en el que por dos o tres cuartos de hora pensé en afiliarme?

P.D: Todo el mundo sabe que el cous-cous se come metiéndoselo en la boca, masticando y tragando. Puto belga gilipollas.

lunes, 18 de mayo de 2020

Fase 1. Plastas y cobardes


18-05-2020 Sexagesimosexto día.

1

Poco tiempo para escribir. Pero quería dejar constancia de la alegría que me ha dado asomarme a la ventana y ver cómo subían la persiana del bazar chino de enfrente.

2

De camino a la peluquería me ha saludado un plasta con mascarilla. Iba embozado como un salteador de caminos y no le he reconocido hasta que lo tenía al metro y medio de seguridad. Ya era tarde para huir. Como no me acompañaba nadie no he podido utilizar la táctica de la lagartija que, como es sabido, se desprende de su rabo para escapar de los depredadores. Yo lo que hago es dejar a mi acompañante como señuelo al tiempo que retrocedo de espaldas con pasitos cortos. Cuando alcanzo una distancia aceptable, agito la mano y me despido: “Encantado, ¿eh? Nos vemos pronto ya si eso. Un beso a la familia, ¿eh?”. Y después acelero el paso y corro como alma que lleva el diablo. Con los pelmas se debe ser inclemente. No cabe la educación con quien no la ejerce. El de hoy me ha puesto la cabeza como un bombo. Al final me hablaba de la nueva normalidad y le he dicho que para mí sería aligerarme el moño y que llegaba tarde a la peluquería. ¡Jesús, qué plasta!

3

Quiero que quede claro que no tengo nada en contra de utilizar los estereotipos. Hasta los considero saludables inmersos como estamos en la corrección política, un mundo en el que no se puede cantar flamenco si no se es gitano ni llevar rastas si no eres negro. ¡Cuánto ignorante imbécil y racista!

Lo que no entiendo es cuando los estereotipos se utilizan desde la pseudointelectualidad para enrocarse en la corrección política. Me explico citando a mi amigo A.A. No puedo resumir lo que A.A. explica de manera muy rotunda, divertida e inteligente en su canal de Youtube, pero lo intentaré. Resulta que desde hace tiempo la figura del héroe está algo denostada o, al menos, poco de moda. No hablemos nunca más de esos chulos individualistas y machotes que, aun en contra de lo que opinan sus conciudadanos, se enfrentan a la injusticia. Hablemos sólo de la gente normal, de los que día a día sacan adelante los pueblos y los países. ¿No son ellos también héroes? Porque si tiene algo de positivo la figura del héroe es que, según algunos, todos podemos serlo. Pasar una cuarentena encerrados en casa es una heroicidad. Cualquier acto de empatía o solidaridad te convierte en un héroe. Mis abuelos y mis padres fueron unos héroes sin saberlo, porque sobrevivieron a un tiempo de penurias y represión. Mi padre nunca me dijo que se sintiese identificado con Gary Cooper en “Solo ante el peligro” por haber pasado hambre en la posguerra, pero bueno. En resumen, todo el que por culpa de este puto bicho anda haciendo colas para que le den de comer y todos aquellos que trabajan para que no pasen hambre son unos héroes. Los que seguimos trabajando para el bien de otros somos unos héroes. Supongo que todos esos que golpean las farolas del barrio de Salamanca con sus palos de golf desde el asiento trasero de sus descapotables son héroes. Al fin y al cabo son antisistema. El hecho de que sus reivindicaciones sean subnormaloides no les quita un ápice de heroísmo, tal y como se entiende hoy en día. Porque, por lo visto, todos somos héroes pero no todos somos gilipollas.

Toda esta mierda es muy vieja y está pensada para conformarnos. No paro de pensar en María Ostiz, una cantante monjil y tardofranquista cuyas letras no diferían demasiado de las de los cantautores de izquierdas con campanas de pana apelmazada y demasiada nicotina en los dientes.

Pensar que aprender te convierte en un snob me revuelve las tripas, sobre todo cuando viene desde quienes deberían pensar lo contrario. Si tanto miedo tienen a parecer inteligentes que callen la puta boca.  No voy a dejar de utilizar la palabra precisa si la conozco. De lo contrario estaría menospreciando a mi interlocutor.

Nunca he renegado de mi cobardía. No tendría inconveniente en identificarme con un eslogan que lo reivindicase: “¡Todos somos cobardes!”. En realidad, si se piensa, es de una corrección política intachable.

“¡Todos somos cobardes!”. Sobre todo los que disimulan serlo.

Me encanta ponerme plasta de vez en cuando.

domingo, 17 de mayo de 2020

Cultos


17-05-2020 Sexagesimoquinto día

1

No creo que ser culto sea ni un demérito ni un privilegio. Al parecer, y por lo que estoy viendo últimamente en películas y series, las personas cultas pertenecen a una élite rica, se rodean de objetos y obras de arte caras y viven en casas singulares en las que reciben a sus invitados en batín. Y además son pedantes, fatuos, hipócritas y aburrídisimos entre otros muchos defectos. El noventa por ciento restante de la población somos gente campechana que nos conformamos con encender la barbacoa, beber cerveza y echarnos unas risas con los amigos mientras hacemos pedorretas con los sobacos. Así, sin matices.

2

La sensación de estar viviendo dentro de una película de ciencia-ficción fue muy intensa los primeros días de confinamiento. Pero uno se acostumbra a todo, a los guantes y mascarillas, a los vagones vacíos en el metro y a mantener las distancias cuando te encuentras con algún vecino a la hora del paseo. Pero si hay algo que no olvidaré nunca es el mensaje que se escucha cada poco a través de la megafonía1 de Mercadona: “No acaparen alimentos. Todo esto pasará. Racionalicen el  miedo”. Racionalizar el miedo… acojona, ¿eh?

1 Hubiera querido escribir “altoparlantes”, pero no quería parecer una persona culta de mierda.

viernes, 15 de mayo de 2020

Fumar


15-05-2020 Sexagesimotercer día.

Me fumé mi primer cigarro a los doce años. Dejé el tabaco a los treinta y uno, un dieciséis de agosto a la una y cuarto de la tarde. Quiero empezar a fumar de nuevo, pero la verdad es que no me apetece. En realidad, nunca acabó de gustarme. Lo de volver al tabaco es por ir contracorriente. Después de todo lo que he pasado en vez de cuidarme quiero acumular vicios, siempre y cuando sean placenteros. Desde luego, a estas alturas, lo que no quiero es sufrir y ni mi cuerpo ni mi intelecto están para flexiones. Pero con el tabaco he de esforzarme mucho porque no evoca en mi memoria situaciones especialmente placenteras. Fumaba si me sentía mal, bien, muy bien o regular. Para sobrellevar el duelo o para celebrar la alegría. Pero lo peor es que no me ayudaba a sentirme mejor o peor. Fumaba y ya está.

Mi primer cigarro fue un Ducados, en el autobús del colegio que nos llevaba de excursión a la Pobla de Farnals. El segundo, un Winston en el mismo autobús pero de vuelta a Valencia. Más allá de cuestionar la trascendencia cultural de la Pobla de Farnals en 1975, la permisividad con el tabaco era sorprendente. De camino a una playa desierta en febrero, con un viento gélido y una lluvia que jarreaba, no quedaba otra que buscar nuevos horizontes. Fue entonces cuando un alumno de sexto me ofreció el ducaditos. El autobús hacía rato que se asemejaba a un fumadero de opio. ¡Qué más daba un cigarrito más! Al profe no parecía importarle tres cojones, absorto en sus quién me mandaría meterme en esto. De hecho, él contribuía con su pipa a espesar el ambiente de un modo hediondo. Así que acepté, me encendieron el cigarro y le di una calada. Al de sexto le entró la risa y me dijo que así no valía, que había que tragarse el humo. Aspiré y me entró la tos. Risas. Pero tres o cuatro caladas después le pillé el tranquillo. Y una mierda como un piano. Todo me daba vueltas y me dio por cantar la cabra la cabra la puta de la cabra la madre que la parió yo tenía una cabra y la muy puta se marchó.
 
El viento y la lluvia me despejaron un poco cuando bajamos del autobús. Tuvimos que echar una carrera para refugiarnos bajo el techado de un restaurante cerrado. Allí, repartieron para comer unos bocadillos húmedos de un pisto pasado por la Túrmix que los alumnos llamábamos “revueltillo de pajarillo”. Después, el profesor y el chofer del autobús se quedaron en el cobijo y nos obligaron a dar un paseo. Me imagino que querían pegarse una siesta.  Yo encontré un avión en un descampado y me pegué al fuselaje, debajo del ala. Se veía el mar en el horizonte. La imagen resulta del todo onírica, pero es absolutamente cierta. Cuando era niño me gustaba estar solo. Ahora, también. Y allí estaba yo, tan ricamente, cuando apareció el alumno de sexto. Me ofreció otro Ducados que rechacé. En contra de lo que veía venir, el de sexto no me metió mano. De hecho, lo que quería era charlar. Le caía bien. Hablamos de tebeos y de chicas. Yo, de chicas, no tenía ni puta idea, pero le seguí la corriente. A las cuatro, como nos habían mandado, regresamos al autobús. Y me fumé un Winston.

Al día siguiente todos estábamos constipados. Unos cuantos, con fiebre, no vinieron a clase. En el recreo me encontré con mi nuevo amigo de sexto. Me eché otro ducaditos. Y así hasta los treinta y uno.

Y ahora viene lo más divertido y la moraleja de esta historia: yo, en realidad, quería escribir sobre una excursión memorable al Museo de Onda donde había una sección dedicada a fetos y animales deformes que marcaron para siempre mi manera de ser. Esto es lo divertido. La moraleja, que dejé de fumar pero sigo sin tener ni puta idea de chicas. Aunque algo empiezo a intuir. Igual paso a la Fase 1.

jueves, 14 de mayo de 2020

Siempre con prisas


14-05-2020 Sexagesimosegundo día.

He trabajado muchas veces con prisa. Recuerdo una temporada en la que me encargaban carteles para una discoteca un jueves y tenían que estar impresos para el sábado. Se ve que a los dueños se les ocurrían las fiestas de camisetas mojadas el miércoles de madrugada, entre un tirito y otro. Teniendo en cuenta que por aquel entonces IBM era una marca de máquinas de escribir y que Bill Gates todavía pedaleaba con ruedines, se entenderá lo titánico de la tarea. Si lo conseguía, me pagaban en cubatas. Tampoco me parecía mal, porque si me hubieran pagado en pesetas me las hubiera gastado en cubatas. Pero ya entonces sabía que aquello no eran maneras. Obviando las profesiones aceleradas, como la de velocista jamaicano o actor de cine mudo, un trabajo bien acabado necesita de cierta meditación y sosiego. Casi todas las actividades que me proporcionan placer requieren tiempo: la lectura, el paseo, la conversación, la cocina… y alguna otra que no menciono por si me comprometo.

Por eso, cada vez soporto menos las ideas felices, a no ser que vengan precedidas de la experiencia. Entonces, más que ideas felices, son conclusiones exitosas. Cada vez más, parece que la prisa sea sinónimo de dinamismo y eficacia. Y no es así. A la vista están estos artículos casi abocetados, escritos a vuelapluma, sin cocción y cuando la telemática me lo permite.

Las oficinas están llenas de empleados que corren de aquí para allá, como pollos sin cabeza, dejando una estela de papeles por los pasillos. Así les da la impresión de que trabajan. Otro truco consiste en teclear muy rápido y no embelesarse mirando el monitor. Más vale perder el tiempo saltando de un documento a otro que meditar la frase correcta antes de enviar un correo. Todo esto es de una imbecilidad supina. Vísteme despacio que tengo prisa, dice el refrán que, por una vez y sin que sirva de precedente, acierta.

Los futuristas amaban la velocidad. A mí me encanta viajar en AVE y la prontitud con la que accedo a la información a través de internet. Pero no mezclemos churras con merinas. Me encantaría saber la de horas de trabajo reflexivo que llevó diseñar el tren de alta velocidad. O la de ensayos y errores que se necesitan para acertar con el algoritmo adecuado para poder espiar impunemente al prójimo. Por no hablar del tiempo que llevará desarrollar una vacuna que nos inmunice de este puñetero virus.

Me voy de paseo, sin prisas y con los pies a rastras. Ante todo, mucha calma. Y no es una idea feliz: os lo digo por experiencia.


miércoles, 13 de mayo de 2020

Estereotipos


13/05/2020 Sexagesimoprimer día.

Esta mañana he escrito un rato (digamos que) por encargo. Se trata de un álbum ilustrado para niños listos con un planteamiento muy sencillo. En un edificio de cuatro pisos conviven diez vecinos. Por el día espiamos sus vidas. Por las noches descubrimos sus sueños en los que nos revelan sus ilusiones y sus temores.

Los personajes tienen papeles muy definidos. Otilo y Clotilia, matrimonio de cotillas. Enzo, que padece Síndrome de Diógenes. Lucas, alias Lord_Luke_79, gamer. A.J, un misterioso inquilino al que nadie ha visto nunca. Lola y Pepa, dos chicas jóvenes que son pareja. Bosco, hippie. Olivia, estudiante y DJ. Y Cayetano, un pijo de marca.

Me ha encantado trabajar sobre ideas establecidas, quiero decir que he intentado describir a los personajes de un modo superficial, sin aristas ni trasfondos. Incluso al vecino misterioso le he creado un rol reconocible. Será después cuando las ilustraciones de los sueños nos desvelen sus facetas más ocultas y personales.

Es curioso, pero llevo días dándole vueltas a la misma idea pero utilizando a los personajes que veo desde mis ventanas. Estos días me han dado para inventarme las vidas de los vecinos de los edificios de enfrente y de algunos transeúntes habituales. Lo malo es que, a diferencia de los personajes del álbum, a todos mis vecinos los imagino, en el mejor de los casos, embutidos en látex negro y troceando bebés. A esa pareja, necrófilo él necrófaga ella, que forman un gran equipo. Al septuagenario zoófilo. Al afiliado al PCE que gusta de olfatear despojos quirúrgicos mientras escucha marchas militares. O a ese tipo amable con el que me cruzo durante el paseo de las ocho pero que creo que es de Madrid.

Simpáticas historias que quizá no sean más que el reflejo de mis propios anhelos.

Tendré que buscar a un ilustrador sensible y naif que sepa transmitir toda esa inocencia.

martes, 12 de mayo de 2020

Hobbies


12-05-2020 Sexagésimo día.

Mi abuela, al enterarse de que me proponía estudiar Bellas Artes, me dijo: “¿Cómo que Bellas Artes? Eso no es una carrera, eso es un hobby (ella decía “obi”). Tú lo que tienes que estudiar es Derecho o Periodismo, que son carreras serias”. No sé de dónde se sacaría mi abuela que Periodismo es una carrera seria. Bueno, ni Derecho. Quizá tuviera razón y ahora frecuentaría otros ambientes finos, como clubes de golf o whiskerías, en lugar del bar de Paquito. Hasta puede que tuviera una docena de corbatas, cuatro o cinco pares de zapatos y una fuerte adicción a la cocaína. Pero en lo que nunca estuve de acuerdo con mi abuela fue en que considerase la pintura como un hobby. Yo siempre he dibujado y pintado por necesidad, no como afición. Y cuando no puedo hacer ni una cosa ni la otra, escribo. Lo bueno de cualquiera de estas actividades es que puedes realizarlas sin salir de casa, a no ser que escribas y pintes en muros. Aunque también es cierto que lo que para uno puede ser un entretenimiento para otros es su profesión, como para Ferrán Adriá la cocina o para el Rey Juan Carlos I el golpismo de salón, el putiferio o el latrocinio.

Según la RAE, hobby significa: “Actividad que, como afición o pasatiempo favorito, se practica habitualmente en los ratos de ocio”. La verdad es que la definición abarca un abanico tan amplio de actividades que cuesta ponerle límites. Las hay de exterior como el balconing , de interior como la elaboración de metanfetamina azul o las que combinan ambas facetas como el rapto de adolescentes y su tortura posterior en el sótano. Pero estos días el foco se ha centrado en las actividades que se pueden realizar en casa dentro de la legalidad. Se han recomendado libros, series, películas y videojuegos. También diversas maneras de mantenerse en forma sin necesidad de ir al gimnasio o salir a correr. Incluso viajes virtuales mediante el Google Maps. El parchís, los mandalas y los cuadernillos Rubio han hecho furor entre nuestros abuelos. La chavalería, por su parte, ha optado por la antropología y el empirismo, demostrando de manera incuestionable que entre la especie humana es muy infrecuente el infanticidio. Y mi amigo Arturo ha montado puzles de mil quinientas piezas, lo que manifiesta que:

1-      Está tarado.
2-      Tiene una casa grande con una mesa grande que no utiliza para comer.
3-      No tiene gato.
4-      No le gusta escribir, ni el dibujo ni la pintura.

Le he llamado para preguntarle qué coño pensaba hacer con los puzles y me ha dicho que al menos uno de ellos pretende enmarcarlo y colgarlo en el cuarto de baño como recuerdo de estos días. Lo que me ha me ha llevado a pensar en esos puzles de paisajes alpinos desvaídos por el sol que cuelgan de algunas paredes de restaurantes de la costa mediterránea, que me gustan casi tanto como me apenan.

De todos modos, me da la impresión de que los hobbies requieren la atención sin prisas de quien los practica, bien sea apostar en las peleas de gallos, meter un barquito en una botella o, con el tiempo y maña, meterlo en cualquier otro orificio. Y también me da que en los tiempos de la multitarea y la impaciencia este tipo de hobbies subsistirán gracias al frikismo, la nostalgia, la degeneración o el vicio. Como casi todo.

Lo siento Arturo: tu puzle recién terminado es ya un objeto vintage.



lunes, 11 de mayo de 2020

Los pájaros


11/05/2020 Quincuagesimonoveno día.

Me gustan los pájaros. Más desde que se supo que fueron los únicos supervivientes de la extinción por meteorito de los grandes (y no tan grandes) saurios. Reconozco como pájaros aquellos que no exceden de dos palmos de envergadura como las golondrinas, los gorriones o incluso los mirlos. No así a la gallina, la gaviota, el pavo, el buitre o el avestruz, que son otra cosa.

Ayer leí a uno que decía que no le gustaban los pájaros porque siempre parecen estar nerviosos. Algo de razón tiene, pero a mí me gustan igualmente.

Lo que no me parece bien es enjaularlos. Hace años construí una pajarera en la que hubiese vivido sin estrecheces un matrimonio con gemelos y un perro mediano. Comencé con dos canarios. Algunos años después volaban por la pajarera unos cuarenta. Nunca comprendí muy bien la teoría de los guisantes de Mendel, así que no le di importancia a que los hubiera de todos los colores, desde verdes a naranjas, aun a pesar de que Adán y Eva, la primera pareja, tuvieran las plumas de un intenso amarillo cadmio limón. Se dice que los canarios macho no cantan en compañía de otros. Por ese motivo se les separa en jaulas diminutas. No sé de dónde salió la creencia, porque los canarios de la pajarera cantaban como castrati. Me encantaba escucharlos. En el interior de la pajarera reproduje, hasta donde pude llegar, un hábitat cómodo para los pájaros en el que no faltaban árboles secos, cuerdas en las que posarse y lugares donde anidar. Por eso me resultó tan traumático derribar la pajarera cuando el ayuntamiento expropió los terrenos donde estaba. Sin otro espacio donde construir otra, no me quedó más remedio que regalar los canarios a quien los quisiera. En ningún caso hubieran sobrevivido en libertad. Todos acabaron en jaulas, como era de esperar. Y no es que la pajarera no lo fuera, pero creaba cierta ilusión de desahogo que los pájaros no volverían a disfrutar. Yo compré una jaula grande y me quedé con una pareja, un macho que cantaba extraordinariamente bien al que llamé Kraus y una preciosidad amarilla a la que bauticé como La Rubia. Como se ve, siempre he tenido un talento especial para los nombres. Kraus y La Rubia anidaron e intentaron tener polluelos, pero no hubo manera. Al cabo de un tiempo murió La Rubia y unos meses después Kraus.

Cuando tenía trece o catorce años me regalaron un periquito al que llamé Berto. Era un nombre corto y supuse que podría aprendérselo con cierta facilidad. Por aquel entonces vivía en casa de mis padres a los que convencí para que dejasen al periquito volar por las habitaciones a sus anchas. Berto resultó ser un bicho muy listo, sin la mala hostia propia de la mayor parte de sus congéneres aunque tan escandaloso como ellos. Con tiempo y paciencia conseguí que dijese su nombre. También le enseñé a decir “Toni bonito”, en alusión a mi granujienta y desgarbada belleza adolescente. Un día estábamos comiendo y soltó un clarísimo “¡No me gusta!”. Mis hermanos y yo comprendimos avergonzados que el pájaro lo había aprendido de nosotros y mi madre comentó: “Veis, esto es lo que me tengo que oír yo todos los días”. Berto se cagaba por todas partes. Sólo entraba en su jaula para comer y para dormir. Las partes superiores de los marcos de los cuadros parecían almacenes de guano. Mi pobre madre iba loca limpiando aquí y allá. Pero toda la familia adoraba al perico. Cuando oía la puerta de la calle, volaba como una flecha para dar la bienvenida al recién llegado. Mi padre lo paseaba orgulloso en el redondel de su calva y a mí se me colgaba de las patillas de las gafas cuando me sentaba a leer.

Un buen día, no recuerdo por qué motivo, encerramos a Berto en su jaula, lo dejamos en el balcón para que le diera el aire y salimos de casa. A la vuelta encontramos la jaula vacía. Berto se las había apañado para levantar la puerta de la jaula y escaparse.

He comentado por ahí arriba que no me gusta enjaular a los pájaros, pero sí enjaular en general. Tengo unas cuantas jaulas. No se puede decir que se trate de una colección, pero va camino de serlo. En una enjaulé a una caracola. En otra, unos frascos con los dientes de leche de mis hijos. He privado de libertad a varias peonzas. Y también tengo encerrado a un niño pequeño de plástico que he ensartado con dos anzuelos e hilo de pescar para que se quede bailando en el centro de la jaula. Lo malo de estos objetos es que no cantan. Ni vuelan.

A mí no me gusta nada estar enjaulado. La próxima semana, si por fin pasamos a la Fase 1, liberaré a una o dos peonzas.


sábado, 9 de mayo de 2020

Dos casos de psiquiatría ful


09/05/2020 Quincuagesimoséptimo día.

1

Anoche vi la película “El hombre de al lado”.

Como la película es argentina, se me permitirá hacer una parodia del cliché y psicoanalizaré al guionista en plan amateur, como hacen ellos (los argentinos, digo).

El guionista es un burgués culto y de izquierdas al que le pesa la culpa de serlo y pretende redimirse a través de la escritura. Así que crea un alter ego y carga las tintas sobre él. El personaje en cuestión es un diseñador de éxito que vive con su mujer y su hija en una casa construida por Le Corbusier. La casa está en Buenos Aires y es una rareza visitada constantemente por estudiantes de arquitectura y turistas informados. Esta circunstancia parece molestar al dueño, pero en realidad le llena de gozo. Es un vanidoso. En este punto al guionista, que pretende ser sutil, le queda el trazo grueso. El tipo es un snob de mierda que se comporta como un divo maleducado con sus alumnos y con la prensa, pero que de puertas para adentro es un calzonazos pusilánime, ignorado por su hija y dominado por su mujer. En el colmo de la imbecilidad, el diseñador es uno de esos cretinos que escucha música dodecafónica interpretada por performers mientras bebe vino caro.

El conflicto surge cuando un vecino del edificio colindante decide abrir una ventana en su fachada que invade la intimidad de nuestro protagonista.

Hablemos ahora, pues, de este vecino, el antagonista del diseñador. Se trata de un tipo llano, de clase media baja que, según dice, sólo anhela un rayito de sol de los muchos que le sobran al diseñador. Para ello inicia una obra molesta e ilegal. Pero, ¿qué importancia pueden tener unos cuantos martillazos y la cercanía de un mirón a cambio de su bienestar futuro, de su rayito de sol? Seamos buenos vecinos, coño. Bastaría con instalar unos stores y listo. Pero el diseñador, empujado primero por su idea de la dignidad y por la chulería de su mujer después, decide plantarle cara al vecino. Este, un tal Víctor, resulta ser un hombre duro pero dialogante. Está dispuesto a congeniar con el vecino pijo incluso reclamando su amistad. Para ello – siempre en un tono muy viril y con un vozarrón tremendo e intimidante- le invita a mate y a comer. Incluso le regala una escultura, una interpretación de artista brut de la concha de su madre armada a base de balas y culatas de rifle. Víctor, no nos engañemos, es un matón de libro que sólo retrocede a su conveniencia. Un  chulo que cada dos por tres amenaza al protagonista con ironía y con un físico imponente. Pero el guionista, que quisiera parecerse a él, lo trata con mimo y admiración porque es un rebelde que defiende sus derechos aunque sea por encima de la ley. De hecho humilla a su protagonista, el diseñador, hasta extremos maquiavélicos. Su mujer no folla con él porque sabe que es un cobarde y un mentiroso, un bluf. Una de sus alumnas rechaza sus requiebros amorosos. Su hija ni le habla ni le escucha. La misma que, en un alarde de subnormalidad adolescente, parece enamorada de Víctor porque este le monta teatrillos pedófilos de cartón - de una ventana a otra- en los que no sobran los plátanos rampantes. Pero Víctor es la polla. Un gran tipo. Sólo aspira a su rayito de sol, aunque cada vez sea más chiquito, apenas una rendija de un palmo después de la últimas negociaciones. Es tan bueno que hasta cuida de un tío con capacidades distintas (lo dice el personaje, no yo).

Y ahora voy a contar el final de la película y mis conclusiones acerca del guionista, al que, dicho sea de antemano, admiro por su capacidad de construir un guion de los más sólidos que he disfrutado en los últimos años.

Unos malotes -uno de ellos enfundado en la camiseta de Messi- irrumpen en la casa cuando el diseñador y su mujer han salido de viaje. Quieren robar y maltratan a la adolescente y a la mujer de servicio. La alarma silenciosa, que instalaron hace un tiempo, advierte a los padres de que algo malo está ocurriendo en su casa. El diseñador, como es lógico, no quería vallar la casa para no cargarse el diseño original. Dan media vuelta con el coche y regresan a toda hostia. Entre tanto Víctor, que se ha coscado de lo que ocurre a través del ventanuco en el que estaba montando una de sus obritas guarras, corre hacia la casa armado con una escopeta. Es un macho que, según ha confesado en otra secuencia, no tiene reparo en disparar a jabalíes y disfrutar de su agonía. Llega a la casa y pone en fuga a uno de los ladrones pero el otro le dispara por la espalda y sale a la carrera. Víctor cae malherido en la bonita casa de Le Corbusier. Es un héroe mítico. En esto llegan nuestros protagonistas. El diseñador empuja a su familia hacia el piso de arriba. Él llamará a la ambulancia. Pero, cuando coge el teléfono, se lo piensa, deja que Víctor agonice y muera. Se acabaron sus problemas. Es un perfecto hijo de la gran puta.

Ahora nos toca elegir entre acomplejados gilipollas y machotes nobles.

Fundido. Un obrero repone los ladrillos y ciega la ventana. Esa misma ventana gracias a la que Víctor salvó a la familia del protagonista. Moraleja: los ricos siempre ganan.

Y ahora pensemos en los vecinos mirones y tocapelotas que agujerean las fachadas por la puta cara. Pues eso.

2

Conozco a una persona ignorante que tiene un truco para no parecerlo. Cuando se reúne con otros, espera a que ellos hablen, los interrumpe de golpe y retoma el discurso repitiendo palabra por palabra lo que han dicho. Lo mejor es que cuela y que todo el mundo da por hecho que ha sido ella quien ha aportado las mejores ideas. Yo ya no digo nada cuando la tengo delante. Pero he de reconocer que noquearía a cualquier psiquiatra. Es una gran táctica.

P.D.1: Los gilipollas no saben de clases. La cultura es tan buena como la intuición. Hasta deben ir de la mano. Pensar de otro modo es maniqueo y poco de izquierdas, tal y como yo las entiendo.

P.D.2: Más vale maña que fuerza.

jueves, 7 de mayo de 2020

Piano, violines y mosca


07/05/2020 Quincuagesimoquinto día.

Después de tantos días, las clases por videoconferencia se hacen fáciles. Uno se acostumbra a todo. Hoy he buscado con un alumno una música adecuada para el vídeo promocional de su proyecto. Ya tenía un montaje previo sobre una composición al piano de Ludovico Einaudi, pero no acababa de convencerle. Lo que tenía claro es que quería piano o violines para acompañar al vídeo y que fuese un tema que aumentase in crescendo la intensidad de la interpretación. Hemos decidido desconectarnos para trabajar con más comodidad y sin atropellarnos. Cada uno de nosotros haría su propia selección que nos enviaríamos a lo largo de la mañana por correo. Mi alumno es un diseñador sobrio y enseguida he pensado en Philip Glass. Después, he derivado hacia Wim Mertens, Ryuichi Shakamoto, Keith Jarret y George Winston, bastante más moñas que los anteriores pero siempre eficaz como acompañamiento elegante. Finalmente, me he decidido por un tema de Philip Glass, de la banda sonora de “Mishima”, interpretado por un cuarteto de cuerda. El piano me ha llevado a los violines de un modo natural.

Entonces, una mosca azul cobalto ha entrado por la ventana y se ha posado en la mesa, junto al teclado del ordenador, y me he sentido un tipo afortunado. Por desgracia, no siempre es así, pero ¿cuántos pueden decir que trabajan acompañados de pianos, violines y chelos y de moscas azules que se lavan la cara con coquetería? Pero, como es sabido, los ciclotímicos nos sentimos culpables en cuanto percibimos que no merecemos ser felices. Así, tras la lectura animada de un par de aforismos de Cioran, he penitenciado imponiéndome la contestación de todos los correos y llamadas pendientes.

La felicidad es un pecado y queda mal. Lo mejor es abjurar de ella todos los días, a modo de auto de fe particular. ¿Cómo te atreves a ser feliz, hombre? ¡Con la que está cayendo!

miércoles, 6 de mayo de 2020

Vida y obra


06/05/2020 Quincuagesimocuarto día.

La música de Joao Gilberto, aun a pesar de su tristeza sostenida, siempre me empuja a un estado de abandono algo lánguido pero cálido y optimista. En las letras de sus canciones es constante la referencia a esa tristeza que él considera necesaria para componer. De hecho, pocos compositores hablan tanto de la tristeza como Joao Gilberto. Sin embargo a mí, por lo que sea, su música y su voz me animan tanto como un Negroni bien calibrado. Y ambas cosas combinadas me elevan a euforias celestiales.

En vista de que esta mañana persistía mi murria y no tenía gin, Campari ni vermú, me he puesto a Joao Gilberto mientras contestaba correos y corregía prácticas de alumnos. Mano de santo.

Siempre me ha interesado antes la obra de un autor que su vida. Además, no conviene fiarse de las biografías y mucho menos de las autobiografías. Pero es difícil sustraerse a la curiosidad. Es normal que uno quiera saber de los personajes que admira u odia. Por otra parte, leer autobiografías de artistas coetáneos suele poner a cada uno en su lugar. A mí, por ejemplo, Dalí no me gusta nada como pintor, pero sus memorias son formidables y dejan en evidencia a esos meapilas de Buñuel y Alberti cuando lees las suyas. Pero me estoy apartando del tema, como de costumbre. El caso es que yo no sabía nada de la vida de Joao Gilberto hasta hoy, pero internet es un lugar traicionero. En cuanto he empezado a buscar canciones aquí y allá he sufrido un bombardeo de información que me ha dejado turulato. Resulta que el compositor vivió aislado los últimos años de su vida. No quería ver a nadie y hasta su hija intentó inhabilitarle. Incluso fue desalojado de su casa por las deudas que acumulaba. Murió el seis de julio de 2019. Pero todas estas noticias, lejos de sorprenderme, me han parecido coherentes con la vida de alguien que parecía sumido siempre en la más profunda melancolía.

Hay quien, para darse ánimos, escucha canciones con chiste como las de Georgie Dann, Daddy Yankee, las sevillanas o el himno del Valencia C.F. Yo esta tarde, durante el paseo, saudade brasileira. Y a la vuelta Leonard Cohen y el Adagio de Albinoni. ¡Subidón!

martes, 5 de mayo de 2020

Murria


05/05/2020 Quincuagesimotercer día.

Ayer anoté como posibles temas para hoy el dolor de cabeza, la vinoterapia, el pastel de batata, los galgos y cómo uno puede saber si un arroz está duro o pasado sólo con verlo. Pero no me apetece desarrollar ninguno de ellos. Esta tarde, para qué mentir, me ha entrado la murria. No es nada grave, es que sólo me apetece regodearme en ella. Uno no debe regodearse en la desgracia ajena, pero tiene todo el derecho a hacerlo en la suya propia mientras no sirva como excusa para dar la lata. Pasear cabizbajo por el pasillo, suspirando a veces, no hace daño a nadie. Además, una pátina de melancolía viene bien de vez en cuando, si no te quita el apetito, claro. Porque, como dijo aquel: “Come mucho, caga fuerte y no temas a la muerte”. A mí, afortunadamente, esta leve tristeza no me ha privado de merendar un tazón de gazpacho con tostones. Así llegaré con fuerzas a la cena. Otra cosa es que te enfrentes a una situación traumática, en cuyo caso no piensas ni en comer. Y aun en este caso nunca se sabe. No hay más que ver cómo celebran los funerales en algunas pelis americanas. Se ponen como el Quico. O esa costumbre de ofrecerles una última cena a la carta a los condenados a muerte. Yo creo que no estaría de humor si me fuesen a colgar al amanecer, pero me pediría unas gambas rayadas de Denia y una botella de vino blanco fresquito, que lo que va por delante va por delante. Lo que no sé es si tienen gambas rayadas de Denia en Texas.

Y hasta aquí un ejercicio de improvisación desganada. Ya son las ocho. Me voy a arrastrar los pies por las aceras. A lo mejor me siento en un banco y les doy de comer a las palomas los tostones que me han sobrado de la merienda. O me los como yo y que se jodan las palomas.


domingo, 3 de mayo de 2020

El mar, icono pop


03/05/2020 Quincuagesimoprimer día.

También hoy paseo arriba y abajo la contradicción.

1

Ayer a las ocho me acerqué al mar. La orilla de la playa parecía la de Levante de Benidorm en agosto. Quise pensar que todos, como yo, estaban allí por la necesidad urgente de perderse en el horizonte y mojarse los pies. Pensar de otro modo hubiera sido pretencioso y elitista. Pero hubo un par de detalles que me empujaron a la duda:

1-      Nadie llevaba calzado de playa.
2-      Todos se fotografiaban.

Por lo que deduje que:

1-      Lo de descansar la mirada en el horizonte y bañarse los pies en el mar se la petaba.
2-      Lo que de verdad importaba a la mayoría era compartir el momento en Instagram

Y entonces caí en la cuenta de que el mar se ha convertido en un icono pop, como la foto del Che Guevara de Korda, la Mona Lisa de Leonardo o el toro de Osborne de Manolo Prieto.

2
¡Cómo me gusta la Malvarrosa!



sábado, 2 de mayo de 2020

Contradicciones


02/04/2020 Quincuagésimo día.

A mi padre nunca le ha importado el qué dirán. También es verdad que nunca, al menos que yo sepa, ha dado motivos para sentirse criticado. A mi madre, sin embargo, siempre le ha preocupado lo que los demás puedan pensar de su familia. Es curioso porque mi padre, aun teniendo una vida profesional y política expuesta, siempre fue discreto y mi madre, tan temerosa hoy, fue una jovencita rebelde y yeyé.

Acabo de ver un documental sobre David Hockney en el que recuerda a sus padres en parecidos términos.

Hace unos años -yo tenía dieciséis-  mi novia de por aquel entonces me llevó a ver un documental sobre Hockney. Se titulaba “Splash!” (creo) y lo proyectaban de un modo semiclandestino en un colegio mayor de rojos porque trataba abiertamente la homosexualidad del pintor. Es probable que mi novia tuviese algún tipo de duda sobre mi virilidad y quisiera dejármelo caer sutilmente. Eso de que me gustasen los museos y las películas musicales pero también el orujo y el boxeo la sumía en la incertidumbre. Así funcionaban los estereotipos hace no tanto.

Hay una peli de James Ivory que se llama “Una habitación con vistas”. Como siempre tiro de memoria. En la peli se habla, grosso modo,  de la rigidez de las costumbres victorianas en contraposición con la frescura y naturalidad de las nuevas generaciones. Ambas posiciones se ven representadas por los papeles de los dos pretendientes de la protagonista. El uno un petimetre, siempre acicalado, paseando y leyendo poesía por el jardín en tanto espanta de un modo risible a los insectos que le importunan. El otro, atlético e indómito, subiéndose a los árboles y proclamando a voz en grito sus doctrinas libertarias.

¿Pero acaso no son compatibles ambas posturas?

Por un lado no hay nada como las greñas saladas tras un mes en el mar, sin duchas de agua dulce y dibujando con boli Bic el diario de a bordo. Pero por otro, adoro el dandismo extremo y decadente de quien escribe con plumas de marfil y nácar y se perfuma con los aromas de la flor del franchipán.

El arte, al fin y al cabo y tal y como yo lo entiendo, podría -entre otros cometidos y sin obligación- exaltar o domesticar los sentidos según lo necesiten y sin contradecirse. 

P.D: Qué a gusto me he quedado. Son las siete y veintiuno. Me sobra tiempo para disimular la toalla en mi mochila y bautizarme en el mar, aunque sea como quien no quiere la cosa, porque ni soy surfista ni nadador de élite y no tengo permiso. ¡Tócate los huevos!

P.D 2: Todo este artículo ha ido encaminado a la utilización de la palabra “franchipán” sin necesidad alguna. Para que conste.

viernes, 1 de mayo de 2020

Mar


01/05/2020 Cuadragesimonoveno día.

Las señeras cuelgan lánguidas de las farolas. No hubo fallas y los falleros no han podido retirarlas. Aunque no lo hubieran hecho de todos modos. Nunca lo hacen. Pero este mes de mayo tienen un puntito tristón que no tuvieron otros años. Mecidas por el viento me recuerdan aquella bolsa que filmó el pre-emo de “American Beauty”, una secuencia pretendidamente poética y cargada de cursilería pero que, por lo que sea, me viene a la cabeza de vez en cuando. Así es la memoria, que retiene pestiños infumables y olvida secuencias magistrales. Mi profesor de guion las llamaba “secuencias faro”, aquellas que recuerdas incluso por encima del argumento de la película o las sensaciones que te produjo.

En mi caso tengo comprobado que basta con que piense que una situación es crucial en mi vida para que la olvide de inmediato. Sin embargo, soy capaz de recordar verdaderas estupideces intrascendentes que quisiera olvidar pero no se me permite. No sé, pasado el tiempo, qué recordaré de esta extraña reclusión. Pero me encantaría que fuese el baño que me voy a dar mañana en el mar, al atardecer, entre los palitos para hurgarse las orejas y los tampones que flotan en la playa de la Malvarrosa. Pero basta que me lo proponga para que no sea así.

Mañana escribiré antes de las ocho. A las ocho en punto saldré escopetado hacia el mar. ¡Qué suerte tengo!

P.D: Casi tres horas después de haber escrito este artículo me dicen que mañana no podré bañarme en el mar. Podré pasear por la playa, pero no por el mar, algo que, si se piensa bien, sólo ha hecho Jesucristo. Me dicen que es para evitar que el paseo parezca una noche de San Juan. Pues nada. Habrá que joderse. 

Formentera 1999

Advertencia. Contenido adulto: lenguaje soez, desnudez, drogas, racismo, machismo, niños manipulados, violencia. Formentera era el puto pa...