sábado, 9 de diciembre de 2023

Formentera 1999

Advertencia. Contenido adulto: lenguaje soez, desnudez, drogas, racismo, machismo, niños manipulados, violencia.

Formentera era el puto paraíso. Ana y yo hacía muchos años que viajábamos a la isla para pasar un par de semanas a finales de agosto y principios de septiembre. Se trataba de un verdadero viaje. El “Punta Pedrera”, el viejo barco que zarpaba del puerto de Valencia rumbo a la pequeña isla, nunca navegó bien. Me contó mi amigo Eugenio que cuando lo botaron se escoró y cayó de panza a babor. Eugenio trabajaba en el astillero. Hubo que lastrar al barco con toneladas de hierro a estribor para enderezarlo, pero nunca navegó ligero por culpa del sobrepeso. Así, el “Punta Pedrera” surcaba perezoso el Mediterráneo, de manera que la travesía bien podía durar entre diez o trece horas, dependiendo del estado de la mar. Cuando hacía malo y las olas lo batían, hacía gala de su cojera congénita y muchos pasajeros se ponían verdes y echaban por la borda su primera papilla. Se trataba de un hermoso espectáculo tragicómico, porque  algunos se agarrotaban en posiciones expresionistas, como las víctimas del Etna, mientras rogaban al Señor que se los llevase pronto.

Pasaron los años y tuvimos hijos. En 1999 embarcamos con los dos para que viviesen unos días en el puto paraíso. Marina tenía tres años. Antonio, uno. El “Punta Pedrera” tosía y esputaba escoria negra por la chimenea. Pronto se jubilaría. Pero navegó seguro y pocas millas antes de arribar ya olimos el olor a higuera y a pino de la costa de Formentera.

Bajamos a tierra al atardecer. Todavía teníamos tiempo para acercarnos a la calita y pegarnos un baño. No había nadie en la calita. Nos desnudamos y nadamos. Ana llevaba al niño en brazos. Yo saqué algunas fotos con mi Contax.

Dormíamos en una habitación de una construcción blanca de un piso. La fachada principal se orientaba hacia el mar y las laterales y la trasera se abrían a la pinada. De la recepción y la limpieza se encargaban los empleados de un hotel que estaba a unos cincuenta metros. Teníamos una llave de la cerradura de la habitación, pero no había puerta de entrada al edificio. Compartíamos el baño con las otras cinco habitaciones. Por las noches, cuando teníamos ganas de mear, salíamos por la ventana del cuarto y hacíamos pis en la pinada. Por la mañana nos acercábamos a desayunar al hotel. Nunca cerrábamos la ventana. Aún no había italianos de los que preocuparse.

Una de las habitaciones la ocupaba un negro viejo y corpulento que no paraba de cantar. Lo hacía muy bien. Una vez abrí la puerta del baño porque me cagaba y vi al negro duchándose. El viejo negro hacía honor al tópico de su raza.

Nos tomamos unos vinos blancos al atardecer. Los niños se soportaban mejor con un leve sopor alcohólico. Después, nos dio pereza movernos en bici por la noche, con los niños sentados en sus sillitas e iluminando la carretera con las dinamos. Las travesías por mar y el vino aturden y quizá pudiéramos hacer eses. Así que cenamos en el hotel. El pez, recién pescado con arpón en su roca, sabía a felicidad y lo homenajeamos como merecía. Dejamos caer en la arena algunas escamas rojas y tostadas para que se las comieran las lagartijas. Las lagartijas eran verdes y azules, muy confiadas. Trazaban dibujos sobre la arena con sus rabos y sus patitas, como cremalleras o puntos de sutura. Un gorrión se acercó a saltitos y se comió a una de ellas. Un gato se comió al gorrión.

Me pedí un coñac del malo, porque es el que me gusta, y me fumé un porro. Las olas arrullaban. La niña pedía cuentos. Le prometí que se los contaría en la pinada, en cuanto regresásemos a la habitación. El niño dormía. Pero entonces empezaron a tocar los músicos. Lo hacían muy bien, jazz suave pero no demasiado meloso. Batería, bajo y guitarra. Nuestro vecino negro mareaba su cabeza al descompás un par de mesas más allá. Y de pronto el guitarra le invitó a participar y le cedió su instrumento con una reverencia. Versionó a Bob Marley con cadencia de soul. Nunca me he sentido mejor en toda mi puta vida.

El cuento que le conté a mi niña hablaba de la amistad entre una lagartija y un ratón. El ratón se sentía profundamente atraído por la lagartija, pero ella no accedía a sus requiebros amorosos. Se querían, pero no había manera de que congeniasen la sangre fría y la caliente. Es lo normal. Al final se las comía un gato.

Por la mañana coincidimos con una pareja de amigos. Todos desnudos, como es lógico. No hay nada más incómodo que vestir ropa mojada. Buceamos. Mi amigo se adornó la cabeza con una enorme estrella de mar. Yo, con un pulpo. Ellas se colgaron conchas de los pezones. Nos hicimos fotos.

Años después...

Dejamos de ir a la isla. Como dijo aquel: “no regreses a los lugares donde fuiste feliz, puto hippie”. 

Formentera 1999

Advertencia. Contenido adulto: lenguaje soez, desnudez, drogas, racismo, machismo, niños manipulados, violencia. Formentera era el puto pa...