17/03/2020. Cuarto día.
Y encima llueve. Ya son cuatro días de reclusión y nunca
pensé que lo llevaría tan mal. De hecho, soy una persona a la que le gusta
estar en casa. Siempre hay algo que hacer: adelantar trabajo, leer, escribir,
dibujar, escuchar música, ver alguna serie, cocinar, limpiar estanterías, regar
las plantas, hacer chapuzas… Pero hay algo definitivamente triste estos días
que me empuja a la indolencia y a la apatía. Y encima llueve.
Hace unos días, cuando todavía se podía salir a la calle,
visité a mis padres. Mucha gente me lo desaconsejó, porque son viejos y la
enfermedad se ceba con ellos. Temían que
les contagiase, porque cualquiera puede ser portador del virus. Yo, al parecer,
también soy carne de cañón. Al menos a juzgar por las caritas que me ponían mis
compañeros de trabajo más jóvenes cuando nos despedíamos chocando el codo o las
puntas de nuestros zapatos. Más que “hasta la vista” parecían decir: “nos vemos
en tu funeral”. La verdad es que ando flojucho después de un año de mala salud.
Por eso procuro seguir las normas de este toque de queda, porque no es otra
cosa lo que estamos viviendo.
Mis padres estaban bien. Para ellos es peor la soledad que
el virus. Mi padre lleva años jubilado y todas las mañanas se pega unos paseos
kilométricos, de los que vuelve muy contento por la inigualable contención de
su vejiga. Vamos, que no suele parar a mear más de dos o tres veces cada hora.
No sé cómo podrá renunciar a ellos. Pasé un buen rato con mis padres. Me bebí
su vino blanco y me comí media bolsa de anacardos. Estaban buenos y lo que va
por delante va por delante. Hice bien, porque en cuanto volví a la calle
percibí síntomas de cierto resquemor ciudadano que muy bien podría derivar en
histeria colectiva. Mi papá y mi mamá viven en un barrio de gente de bien, que
vota a quien toca y que cumple devotamente con sus deberes cristianos. Es sin
duda por esto que le habían regalado una mascarilla y unos guantes de látex al
pobre de la esquina. Pero lo que de verdad me asustó fue ver las colas que se estaban
montando delante de los supermercados. Si los ricos necesitaban hacer acopio de
víveres no quería ni pensar cómo estarían las cosas en mi barrio. Temí por la
salud de mi nevera, porque a mí San Ramón me conserva siempre el apetito, sea
cual sea mi estado de ánimo. Así que regresé pitando a mi casa, en un desolado
vagón de metro que parecía predecir el fin de la civilización occidental tal y
como la conocemos.
Mis convecinos cabanyaleros no me defraudaron. Sólo les
faltaban las antorchas para superar a la turbamulta que linchó al monstruo de
Frankenstein. Las puertas de Mercadona vomitaban cabanyaleros iracundos que,
después de haber asaltado la farmacia y el estanco, arramblaban con todo lo que
les cabía en los carros y las bolsas. Por lo que pude colegir, tras un somero
estudio de campo, daban una importancia capital al pollo y al papel higiénico,
antídotos infalibles para acabar con el maldito virus.
Y el caso es que tendría que haberme dado cuenta días atrás,
cuando empezaron las primeras señales de
que el fin del mundo se acercaba. Para empezar, los chinos cerraron sus bares y
comercios, dejándonos huérfanos de quintos a un euro y de herramientas de
guardia. Después, suspendieron Las Fallas. Y, por si esto fuera poco, quieren
empapelar al Rey Juan Carlos I.
Hoy parece que todo está más tranquilo. He bajado a Mercadona
y quedaba sobrasada. Mañana me cuento.
P.D: Menos mal que no me lee nadie, porque si no ya tendría
algún que otro ofendidito.
Si hay quien te lee, y no ofendes, diviertes.
ResponderEliminar¡Gracias maestro!
ResponderEliminarClaro que hay gente que te lee... aunque seas un liborio
ResponderEliminarEs raro, pero a ti también te leen. Hay muchos liborios sueltos.
ResponderEliminarY yo que pensaba que iba a ser la primera en dejarte un comentario...
ResponderEliminarMenos mal, que antes del confinamiento, me compré una pirograbadora, voy haciendo rayitas en los muebles, contando los días para no despistarme.
Muchos besos desde el barrio de Sants! Te los mando con mascarilla, que nunca se sabe! 😊
¡Ostras Hana! Muchas gracias por leerme. Menuda sorpresa.
ResponderEliminarUn besazo aséptico desde el Cabanyal.