08-04-2020 Vigesimosexto día.
Mañana comienzo mis vacaciones de Semana Santa. De entrada,
y como dije, la idea de invadir el descanso a través de videoconferencia a
nadie le parece inoportuna. Para mañana ya tengo un par de citas. En
circunstancias normales a ninguno se le ocurriría importunarme por motivos de
trabajo si no se tratase de algo importante. En realidad, y por triste que
parezca, lo entiendo. Las fechas no son las mejores para encarar el final del
curso y todos andamos inquietos por lo que pueda pasar los próximos meses. Dicho
esto, ¡qué extrañas vacaciones!
Reproduciré una despedida normal hace tan sólo un par de meses:
-
Bueno, pues pretendo quedarme en casa rascándome
los huevos. Cocinar, leer, escuchar música, ver alguna película, dormir la
siesta… ya sabes, lo que se dice tocárselos a dos manos. ¿Y tú?
-
Pues lo mismo pero sin cocinar. Yo todo a
Telepizza. Me los voy a dejar al rojo vivo.
Y a continuación reproduciré otra despedida ocurrida esta
misma mañana a través del Meet:
-
Bueno, pues pretendo quedarme en casa rascándome
los huevos. Cocinar, leer, escuchar música, ver alguna película, dormir la
siesta… ya sabes, lo que se dice tocárselos a dos manos. ¿Y tú?
-
Pues lo mismo pero sin cocinar. Yo todo a
Telepizza. Me los voy a dejar al rojo vivo.
Lo que ocurre es que el tono de los interlocutores es bien
distinto y los caretos, aun siendo idénticos, muestran sentimientos opuestos. A
esto se le llama Efecto Kuleshov.
Pongamos por caso que el primer interlocutor soy yo (soy yo,
de hecho).
En el primer diálogo mis pensamientos estarían en mi casa,
cerca del mar, cocinando lo comprado en mis puestos favoritos del mercado -en esos
en los que me llaman “bonico”-, con un libro en el jardín y música adecuada de
vinilo de fondo, una película de los Marx en DVD y una siesta de orinal tras
rezar mis oraciones.
En el segundo mis huesos están en el piso, cocinando como a
diario después de una compra profiláctica, sin jardín que regar, música limpia,
Filmin y siesta en la puta misma cama en la que padezco mis insomnios.
No es que me queje, ojo. Son tribulaciones de rico. Pero se
me permitirá añorar mi pequeño edén ¿no?
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