05/04/2020. Vigesimotercer día. Sol tibio.
Creo que es de un cuento de Boris Vian. Un buen día un pueblecito
amanece cubierto por una niebla muy espesa. Los habitantes del pueblo no
alcanzan a ver nada ni a un milímetro de su nariz. Además, la niebla es
afrodisíaca, por lo que los lugareños se entregan al fornicio sin ningún tipo
de cortapisas morales. Pasado un tiempo la niebla comienza a disiparse. Pero la
vida prosigue feliz en el pueblecito porque todos sus vecinos deciden
arrancarse los ojos.
Y es que cuando uno ha probado el jamón bueno es difícil
volver a comer mortadela, aunque sea con olivas.
Es lo que pasa con el buen cine, por ejemplo. Este fin de
semana he podido ver, por fin, un par de películas en Filmin. Me suscribí a la
plataforma hace una semana, pero he ido un poco de cráneo y no sacaba tiempo.
He comenzado por Billy Wilder, una elección a todas luces poco arriesgada, y he
disfrutado de “Perdición”, un clásico del cine negro que no había visto, y de “En
bandeja de plata”, una comedia agridulce que he visto infinidad de veces y que
siempre me hace gozar como un marrano en un charco de mierda. Los guiones de
ambas pelis son impecables y todo en ellas encaja con una naturalidad que
pasma. No sobra ni falta nada. A mí no me parece mal que haya gente que
prefiera la mortadela, faltaría más, pero que no me comparen a Billy Wilder,
que es pata negra, con Almodóvar que, como mucho, se queda en pechuga de pavo
(sin sal). Aunque también entiendo que hay un tiempo para cada cosa y que no es
saludable comer jamón todo el tiempo. Pero también es cierto, o al menos a mí
me ocurre, que con la edad me he vuelto un finolis exigente y necesito que las
películas estén bien escritas, dirigidas e interpretadas, los libros
correctamente escritos y editados, la música compuesta con armonía y expresada
con gusto y hasta con pasión… y así con cualquier otro ámbito cotidiano,
palpable o espiritual. El problema es que la capacidad de sorpresa mengua mucho
con los años y cada vez resulta más difícil encontrar algo que me llame la
atención. Por eso releo mucho y vuelvo una y otra vez a los que yo entiendo por
clásicos, tanto en la literatura como en el cine o la música. Nunca me defraudan.
Además, queda mucho por escuchar, ver y leer y cada vez menos tiempo por
delante. Intentaré aprovechar estos próximos días de vacaciones y encierro para
terminar de leer un par de libros, comenzar otro que guardo en la recámara,
escuchar alguna playlist de mi amigo
Javier, que siempre acierta, y trastear por Filmin, a ver qué encuentro.
En realidad, yo quería hablar de la naturalidad con la que
la mayor parte de los ciudadanos ha asimilado la situación actual, que no es ni
mucho menos tan placentera como la que vivió el pueblecito del cuento de Boris
Vian. A los que tenemos una casa confortable y somos sedentarios, como es mi
caso, la situación se nos hace más o menos llevadera. Aunque yo añoro mucho
pasear, una de las actividades más agradables que existen. Sin embargo, hay
otros muchos que por muy diversas circunstancias padecen las consecuencias de
la reclusión. Por eso creo que también nos acostumbraremos al regreso
escalonado a la cotidianidad. Lo que me preocupan son las secuelas, y no sólo
las económicas. Empiezo a leer artículos de gente de fiar que teme que con
cualquier tipo de excusa se nos recorte la libertad. Todos los polis de balcón,
que estos días gozan de su poder sobrevenido, imagino que estarían encantados si
así fuese. A mí, a estas alturas, ya no me cuelan aquello de que será por mi
bien y el de mis conciudadanos. Yo, cuando todo esto acabe, me daré un paseo
para abrir el apetito y después me empujaré un plato de jamón, pasando mucho
del chusco de pan duro con mortadela. Y lo haré por mi bien.
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