sábado, 11 de octubre de 2025

Una tarde de lluvia en Valencia

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Una tarde de lluvia en Valencia, donde, cuando llueve, llueve. Debajo del paraguas escucho las canciones del primer disco de Tracy Chapman. No me gusta especialmente su música, pero es la banda sonora adecuada para un día mojado, gris. Aunque no entiendo las letras, me pongo triste. El día y la cadencia de su voz son melancólicos. Yo mismo tiendo a la melancolía. De no haber nacido en el mediterráneo, hace tiempo que me hubiera dejado caer a plomo desde un acantilado. No lo he probado, pero creo que no sé planear. Aquí, en el mediterráneo, se vive en la calle, se come en compañía y se duerme la siesta a la sombra, lo cual, si bien no vacuna contra el suicidio, ayuda a olvidarse de lo absurdo de la vida. Pero hoy jarrea en Valencia. La cinta suena en los walkman. Nadie lleva auriculares por la calle. Soy un bicho raro. Me encanta escuchar música mientras camino. Parece que esté protagonizando un videoclip. Arrastro una adolescencia prorrogada, quizá más de la cuenta, aunque ya soy consciente de que a los adolescentes deberían criogenizarlos por ley. Supongo que la adolescencia es un mal trago por el que hay que pasar. A mí me hubiera gustado ahorrármela. Granos, alcohol y macedonia de drogas, consiguientes vomitonas, espíritu gremial, amaneceres deprimentes, bromas crueles, riesgo y, como desgracia mayúscula, mal de amores, algo que no te abandonará nunca. Por eso no sé porqué me empeño en no dejar atrás algunas de esas malas costumbres.

Llueve mucho en Valencia, pero mi amigo Edu, alias Feliciano, se ha empeñado en quedar para acercarnos a casa de mi amiga Lola, junto al barrio chino, y bebernos allí unas copas. No he sabido negarme y aquí estoy, triste y empapado. A mi amigo Edu le llamamos Feliciano porque siempre lleva gafas de sol, como el cantante ciego. Y no es que lo haga por motivos estéticos, sino porque su madre se negó a comprarle ningún par más desde que perdió las últimas seis en diversos accidentes etílicos, y Feliciano no tiene un duro para restituirlas. Feliciano, miope y borracho de alta graduación, no puede vivir sin sus gafas, y las de sol son las únicas que le quedan con las dioptrías adecuadas.

2

Tamara no es una virago sino, directamente, un peso welter fibrado y agresivo. Tamara es la compañera de piso de mi amiga Lola, de la que está enamorada, cosa poco de extrañar porque mi amiga Lola tiene los ojos azules, la melena roja y las hechuras voluptuosas. Vamos, que Lola está bastante lúbrica. Por eso mi amigo Edu, puede que no enamorado pero sin duda palitroque, no para de rondarla cual perrete encelado. Mi amiga Lola vive en un cuarto sin ascensor de un edificio antiguo. Edu y yo no estamos en forma y llegamos al piso jadeando y calados. Detrás de la puerta se escucha un estruendo de mil demonios, la onda expansiva de un tema ska a un volumen inaudito. Llamamos al timbre y aporreamos la puerta durante un minuto sin respuesta alguna. Insistimos y, al cabo de un rato, nos abre Tamara uniformada de skin: pelo rapado,  botas Dr. Martens, vaqueros arremangados, polo negro, tirantes y una chaqueta bomber. Edu, que ya viene medio doblado de casa, le suelta un chistecito: “¡Tío, se te ve estupendo, más musculado, ¿has robado unas pesas o levantas litronas?”. Tamara, como respuesta, eructa.

Lola, Feliciano y yo fumamos algún porro y nos bebemos hasta el agua de los floreros. Tamara se ha encerrado en su habitación. Aprovechamos para cambiar el disco. Elegimos algo más funk como música ambiental. Al cabo de un rato me encuentro tan mal que me levanto a duras penas y me acerco al baño para echar un pis y lavarme la cara. En plena micción escucho gritos e insultos: “¡Ayayay mala puta, ayayay mala puta…!”. Salgo del baño y veo cómo Tamara atiza a Edu con inquina: “¡Tumb! ¡Plas! ¡Tumb! ¡Plas!”. Lola mira atónita. Yo me hago el muerto cual zarigüeya en peligro. Desde el suelo, en postura fetal y con los ojos cerrados, percibo cómo las hostias de Tamara sincopan con el ritmo de The Brothers Johnson. Atiendo al efecto Doppler y me levanto cuando considero que lo peor ya ha pasado. Llego a la puerta de entrada a tiempo de ver a Tamara frotándose las manos y a Edu rodar escaleras abajo. El pobre Feliciano aterriza en el tercero. La vecina de la puerta seis, alertada por la bronca, azuza a su pekinés para que muerda a mi maltrecho amigo.

-        ¡A por él Chulín! ¡Fuera de aquí, gamberro!

-        Ayayay mala puta, ayayay mala puta -gime Edu.

3

Llueve mucho en Valencia. Con las prisas, he olvidado el paraguas en casa de Lola. De momento, prefiero dejarlo allí.

Nos refugiamos en un bar cercano. Pedimos dos copas de coñac.

-        Tío -dice Edu-, he perdido las gafas de sol. He de volver para buscarlas, si no mi madre me mata.

-        Tío -contesto-, no creo que sea buena idea volver y que la Tamara nos fostie a hostias. Después llamaré a Lola y que las busque.

Feliciano, bañado, ojillos tristes de miope, sangra por la nariz y por la boca. Parece un ecce homo.

-        Tío, creo que me he tragado un diente.

4

Subo los cuatro pisos. Tamara no está. Ha viajado a Barcelona para ahostiarse con los Boixos Nois, porque Tamara es redskin antifascista. Lola me cuenta lo que ya sé. Se besuqueaba con Edu en el sofá cuando apareció Tamara, huracanada como el Demonio de Tasmania, y la emprendió a palos con el pobre miope. Y no, de Edu no sabe nada desde entonces. Y no, las gafas no han aparecido.

Lola se acerca a la cocina a por un par de cervezas. Entretanto, pongo un disco de los Housemartins y cotilleo en las estanterías los libros de arte de Lola y las novelas de Tamara. Escondo “Sinatra” de Raúl Núñez entre el calzoncillo y el culo. Nos bebemos las cervezas, recupero mi paraguas y me despido de Lola con un beso.

Bajo el primer tramo de escaleras y me paro en el rellano del tercero para sacar el libro que oculto en la rabadilla. Miro hacia arriba y rememoro el brusco descenso de Edu de un piso a otro. Y entonces las veo. Las gafas de sol de Feliciano cuelgan enganchadas en un balaústre de la barandilla. ¡Qué contento se va a poner Feliciano! Habrá que celebrarlo.

5

Hoy, en Valencia, hace un sol de justicia. Aprieto el botón play de mis walkman y suena el Exodus de Bob Marley. Sol, reggae y en mi videoclip yo, con el paraguas colgado del brazo, como un gilipollas.

 

 

 

 

 


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