21/03/2020 Octavo día.
El cielo, nubladísimo, amenaza lluvia.
Estado de la mar: ni puta idea. Hace una semana que no veo
el mar.
1
Las crónicas desde la ventana aportan hoy pocas novedades.
La gente sigue haciendo colas en la puerta de los supermercados. Los
supermercados abren a las diez y desde las ocho las colas dan la vuelta a las
manzanas. A pesar de que han pegado diez o doce tiras de cinta adhesiva en las
aceras para marcar la distancia de seguridad, nadie la respeta. Cuanto antes
lleguen a las estanterías, mejor. Ahora, eso sí, la mayor parte de los
compradores compulsivos llevan mascarilla y guantes, que una cosa es una cosa y
otra, otra.
Ayer tuve reunión telemática de trabajo y no pude bajar al
súper hasta las dos o así. Intenté colarme por la entrada de los vecinos (mi
supermercado está debajo de casa y puedo acceder desde el garaje), pero el
segurata ya se ha coscado del truco y amablemente me sugirió que guardase mi
turno en la cola, como el resto de seres humanos. Agaché la cabeza y salí a la
calle humillado. Llovía. Para cuando pude entrar, el mismo segurata me dejó
caer gel desinfectante en las manos y me dio una toallita para que no tocase el
asa del carrito. Saqué la lista de la compra y allá que me fui contento, a
intentar tachar el mayor número de productos posible. Cepillos de dientes sí
quedaban, huevos no. A decir verdad, quedaba media docena, pero eran de codorniz.
Así que regresé a casa con un montón de tonterías que no tenía previsto
comprar. Me encantan las pipas de calabaza, pero no sé si será una dieta
suficiente y equilibrada para un día completo.
Ya en casa, me asomé de nuevo a la ventana. Había una furgoneta
parada en el semáforo con un cartel en el lateral que rezaba: Taxidermia. Me
pareció que, dadas las circunstancias, la imagen era lo suficientemente
inquietante como para sacar de ella una
historia. Otra de tantas que no escribiré por pereza.
Por la tarde, a las ocho, me uní encendiendo y apagando las
luces de la terraza a los aplausos que todas las tardes dedicamos a la gente
que se lo está currando. Recordé un chisme que salía en algunos programas
casposos de televisión que llamaban el aplausómetro. Si tuviera uno comprobaría
que ya no parece haber tanto entusiasmo como el primer día. La gente se cansa
enseguida de estas cosas. Y a mí se me van a fundir las bombillas.
2
Hay momentos en los que todo me parece irreal, como si
viviera en el decorado de El show de
Truman. Me han dado permiso para subir a la azotea. Algunos vecinos tienden
ahí la ropa y no se les ha prohibido. Lo único que se nos pide es que guardemos
la distancia de seguridad si coincidimos en la terraza. Yo subo sobre las
nueve. Es de noche y no hay nadie. El paisaje es metafísico, como un cuadro de de Chirico. Me gusta tanto que mañana me subiré con la cámara y haré algunas
fotos. Menos mal que está oscuro y nadie me ve, porque aprovecho esos instantes
de libertad para hacer mucho el mongolo. Pego saltitos, hago música
dodecafónica con las cuerdas de los tendederos y paseo con un ritmo tonto y
pautado, como los pobres bichos que llevan encerrados un montón de años en su
pequeña jaula del zoológico.
3
Anoche me bajé la basura. En una mano llevaba el vidrio y el
plástico. En la otra, la orgánica. Tiré el vidrio y el plástico en sus
respectivos contenedores. La bolsa con la basura orgánica me la llevé de paseo
un rato. Ahora es mi mascota.
4
A los que aman el orden y el control por encima de la
libertad se les pone dura con esta situación. No digo que no debamos respetar
las normas en un caso de emergencia como el que vivimos, pero tampoco es sano
disfrutar del momento.
P.D: Me da la impresión de que el whatsapp también ha decaído
un tanto.
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