domingo, 22 de marzo de 2020

Soleado, pero sin exagerar


22/03/2020. Noveno día.

Empiezo a escribir a las ocho y pico de la tarde. A las nueve quiero subir a la azotea para mi sesión de baile absurdo a solateras. Seré breve, pues.

Hoy va de abuelas.

Primera abuela.

Hay una abuela en la finca que es rara. No mide más de un metro cincuenta, es medio autista y cuando habla (rara vez) lo hace con una voz de pito extraña, como la de un ventrílocuo imitando a un niño repipi. Viste como una indigente y pasea mucho por la calle sin rumbo aparente. Yo siempre la he pescado en transición, sin saber dónde va de ida. De vuelta, obviamente, regresa a nuestro vecindario. El caso es que, a eso de las ocho y media de la tarde, se baja al zaguán y se sienta en la silla del conserje. Todo el año a la misma hora, haga calor o un frío pelón. A veces su hijo viene de visita y la acompaña. El hijo mide un par de centímetros más. Se sienta en la mesa del conserje, al lado del telefonillo, y deja colgar sus piernas como un polichinela. Antes del estado de sitio les saludaba todas las noches cuando sacaba a pasear a los perros.

-          Buenas noches – saludaba.
-          Buenas noches – me respondían al alimón con vocecilla de flautín.

Y claro, ya no están.

Segunda abuela.

Esta mañana he salido de compras a un súper de guardia. Mi hijo pensaba que salía a pasear con la bolsa vacía y se ha indignado al corroborar lo que ya sabía: que su padre sigue siendo un fraude sin remedio, aun en el peor de los escenarios. Pero no era cierto. Necesitaba manutención de primera necesidad, como aceitunas negras y aire fresco. (Inciso: mi hijo volvió de Budapest apretado en el avión. Iban tres personas mas la tripulación. De haberse matado, casi nadie los hubiera llorado).

De vuelta a casa se me ha acercado una abuela. No iba demasiado limpia, estaba sorda y se le caían las tuercas. Dadas las circunstancias, cualquiera hubiera salido por patas. Pero yo ya soy un novio de la muerte y  la salud me la suda bastante. La abuela no acertaba a abrir la puerta de su patio. Es normal, porque la llave no encajaba ni por hostias. Le he preguntado que si estaba segura de que ese era su portal. “Sí, sí, creo”, me ha contestado. Le he preguntado de nuevo: “¿lleva usted móvil?”,” no, hijo”. Así que, cuando estaba a punto de llevármela a casa o abandonarla a su suerte (esta segunda opción iba ganando muchos enteros) la puerta del zaguán ha empezado a crepitar y una voz oxidada ha hablado: “¿doña Remedios?, ¿es usted?, entre, entre”. La he dejado ahí  suponiendo que era doña Remedios. En el peor de los casos, estaba bajo techo.

Tercera abuela.

Tuve un amigo apodado “La Abuela”. Es yonqui, porque creo que sigue vivo. ¿Qué será de los yonquis estos días?

P.D: No puedo más de correos, whatasapps, meets y su puta madre. ¡Es domingo, coño!


1 comentario:

  1. Por tu culpa me fastidia que en mi terrado no haya cuerdas para tender y no pueda ¿tañir? ¿tañer? música dodecafónica. Y el mongolo tampoco puedo hacerlo porque me da miedo llamar la atención y que la poli me cierre el lugar común.
    Estoy muy mal de lo mío ¿eh?
    Por lo demás, bien.

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Formentera 1999

Advertencia. Contenido adulto: lenguaje soez, desnudez, drogas, racismo, machismo, niños manipulados, violencia. Formentera era el puto pa...