21/04/2020 Trigesimonoveno día. Llueve con ganas.
Me he sentado a escribir para constatar las pocas ganas que
tengo de escribir.
Mi padre me dijo: “Hijo, cuando hagas la mili intenta pasar
desapercibido. No parezcas demasiado tonto ni demasiado listo. No hables
demasiado ni te hagas el gracioso y, sobre todo, no te presentes como
voluntario a nada”. No la hice y me evité problemas.
El consejo, en realidad, podría servir para la vida en
general, pero nos puede la vanidad. Soy muy fan de la máxima de Bartleby:
“Preferiría no hacerlo”, pero luego soy incapaz de llevarla a la práctica. Ni
podría aunque me lo propusiera. A ver quién es capaz de pasar desapercibido o
de rechazar sistemáticamente cualquier sugerencia en un mundo hiperconectado en
el que estamos hiperexpuestos. Escribo
este texto sin ganas, cansado, entre una llamada telemática y otra. Son las
ocho de la tarde y me he conectado a las nueve de la mañana. Y llamadme puto
viejo cascarrabias desfasado de los cojones, porque probablemente lo sea, pero
lo mío es el cara a cara. Gano mucho en las distancias cortas. Nunca fui lo
suficientemente guapo como para no necesitarlas. No sé qué va a ser de mí a
metro y medio de distancia y con mascarilla. Comprendo y alabo las bondades de
Hangouts, Meet, Zoom, WhatsApp o Instagram. Las tengo todas. Pero es un
sinvivir. Familia, amigos, compañeros de trabajo, alumnos… todos encerrados,
todos conectados.
Voy a por la llamada, aunque preferiría no hacerla.
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