02/04/2020 Quincuagésimo día.
A mi padre nunca le ha importado el qué dirán. También es
verdad que nunca, al menos que yo sepa, ha dado motivos para sentirse
criticado. A mi madre, sin embargo, siempre le ha preocupado lo que los demás
puedan pensar de su familia. Es curioso porque mi padre, aun teniendo una vida
profesional y política expuesta, siempre fue discreto y mi madre, tan temerosa
hoy, fue una jovencita rebelde y yeyé.
Acabo de ver un documental sobre David Hockney en el que
recuerda a sus padres en parecidos términos.
Hace unos años -yo tenía dieciséis- mi novia de por aquel entonces me llevó a ver
un documental sobre Hockney. Se titulaba “Splash!” (creo) y lo proyectaban de
un modo semiclandestino en un colegio mayor de rojos porque trataba
abiertamente la homosexualidad del pintor. Es probable que mi novia tuviese
algún tipo de duda sobre mi virilidad y quisiera dejármelo caer sutilmente. Eso
de que me gustasen los museos y las películas musicales pero también el orujo y
el boxeo la sumía en la incertidumbre. Así funcionaban los estereotipos hace no
tanto.
Hay una peli de James Ivory que se llama “Una habitación con
vistas”. Como siempre tiro de memoria. En la peli se habla, grosso modo, de la rigidez de las costumbres victorianas en
contraposición con la frescura y naturalidad de las nuevas generaciones. Ambas posiciones
se ven representadas por los papeles de los dos pretendientes de la
protagonista. El uno un petimetre, siempre acicalado, paseando y leyendo poesía
por el jardín en tanto espanta de un modo risible a los insectos que le importunan.
El otro, atlético e indómito, subiéndose a los árboles y proclamando a voz en
grito sus doctrinas libertarias.
¿Pero acaso no son compatibles ambas posturas?
Por un lado no hay nada como las greñas saladas tras un mes
en el mar, sin duchas de agua dulce y dibujando con boli Bic el diario de a
bordo. Pero por otro, adoro el dandismo extremo y decadente de quien escribe
con plumas de marfil y nácar y se perfuma con los aromas de la flor del
franchipán.
El arte, al fin y al cabo y tal y como yo lo entiendo, podría
-entre otros cometidos y sin obligación- exaltar o domesticar los sentidos según
lo necesiten y sin contradecirse.
P.D: Qué a gusto me he quedado. Son las siete y veintiuno.
Me sobra tiempo para disimular la toalla en mi mochila y bautizarme en el mar,
aunque sea como quien no quiere la cosa, porque ni soy surfista ni nadador de
élite y no tengo permiso. ¡Tócate los huevos!
P.D 2: Todo este artículo ha ido encaminado a la utilización
de la palabra “franchipán” sin necesidad alguna. Para que conste.
No hay comentarios:
Publicar un comentario