sábado, 2 de mayo de 2020

Contradicciones


02/04/2020 Quincuagésimo día.

A mi padre nunca le ha importado el qué dirán. También es verdad que nunca, al menos que yo sepa, ha dado motivos para sentirse criticado. A mi madre, sin embargo, siempre le ha preocupado lo que los demás puedan pensar de su familia. Es curioso porque mi padre, aun teniendo una vida profesional y política expuesta, siempre fue discreto y mi madre, tan temerosa hoy, fue una jovencita rebelde y yeyé.

Acabo de ver un documental sobre David Hockney en el que recuerda a sus padres en parecidos términos.

Hace unos años -yo tenía dieciséis-  mi novia de por aquel entonces me llevó a ver un documental sobre Hockney. Se titulaba “Splash!” (creo) y lo proyectaban de un modo semiclandestino en un colegio mayor de rojos porque trataba abiertamente la homosexualidad del pintor. Es probable que mi novia tuviese algún tipo de duda sobre mi virilidad y quisiera dejármelo caer sutilmente. Eso de que me gustasen los museos y las películas musicales pero también el orujo y el boxeo la sumía en la incertidumbre. Así funcionaban los estereotipos hace no tanto.

Hay una peli de James Ivory que se llama “Una habitación con vistas”. Como siempre tiro de memoria. En la peli se habla, grosso modo,  de la rigidez de las costumbres victorianas en contraposición con la frescura y naturalidad de las nuevas generaciones. Ambas posiciones se ven representadas por los papeles de los dos pretendientes de la protagonista. El uno un petimetre, siempre acicalado, paseando y leyendo poesía por el jardín en tanto espanta de un modo risible a los insectos que le importunan. El otro, atlético e indómito, subiéndose a los árboles y proclamando a voz en grito sus doctrinas libertarias.

¿Pero acaso no son compatibles ambas posturas?

Por un lado no hay nada como las greñas saladas tras un mes en el mar, sin duchas de agua dulce y dibujando con boli Bic el diario de a bordo. Pero por otro, adoro el dandismo extremo y decadente de quien escribe con plumas de marfil y nácar y se perfuma con los aromas de la flor del franchipán.

El arte, al fin y al cabo y tal y como yo lo entiendo, podría -entre otros cometidos y sin obligación- exaltar o domesticar los sentidos según lo necesiten y sin contradecirse. 

P.D: Qué a gusto me he quedado. Son las siete y veintiuno. Me sobra tiempo para disimular la toalla en mi mochila y bautizarme en el mar, aunque sea como quien no quiere la cosa, porque ni soy surfista ni nadador de élite y no tengo permiso. ¡Tócate los huevos!

P.D 2: Todo este artículo ha ido encaminado a la utilización de la palabra “franchipán” sin necesidad alguna. Para que conste.

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