05/05/2020 Quincuagesimotercer día.
Ayer anoté como posibles temas para hoy el dolor de cabeza, la
vinoterapia, el pastel de batata, los galgos y cómo uno puede saber si un arroz
está duro o pasado sólo con verlo. Pero no me apetece desarrollar ninguno de
ellos. Esta tarde, para qué mentir, me ha entrado la murria. No es nada grave,
es que sólo me apetece regodearme en ella. Uno no debe regodearse en la desgracia
ajena, pero tiene todo el derecho a hacerlo en la suya propia mientras no sirva
como excusa para dar la lata. Pasear cabizbajo por el pasillo, suspirando a
veces, no hace daño a nadie. Además, una pátina de melancolía viene bien de vez
en cuando, si no te quita el apetito, claro. Porque, como dijo aquel: “Come
mucho, caga fuerte y no temas a la muerte”. A mí, afortunadamente, esta leve
tristeza no me ha privado de merendar un tazón de gazpacho con tostones. Así
llegaré con fuerzas a la cena. Otra cosa es que te enfrentes a una situación
traumática, en cuyo caso no piensas ni en comer. Y aun en este caso nunca se
sabe. No hay más que ver cómo celebran los funerales en algunas pelis
americanas. Se ponen como el Quico. O esa costumbre de ofrecerles una última
cena a la carta a los condenados a muerte. Yo creo que no estaría de humor si
me fuesen a colgar al amanecer, pero me pediría unas gambas rayadas de Denia y
una botella de vino blanco fresquito, que lo que va por delante va por delante.
Lo que no sé es si tienen gambas rayadas de Denia en Texas.
Y hasta aquí un ejercicio de improvisación desganada. Ya son
las ocho. Me voy a arrastrar los pies por las aceras. A lo mejor me siento en
un banco y les doy de comer a las palomas los tostones que me han sobrado de la
merienda. O me los como yo y que se jodan las palomas.
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