06/05/2020 Quincuagesimocuarto
día.
La música de Joao Gilberto, aun a pesar de su tristeza
sostenida, siempre me empuja a un estado de abandono algo lánguido pero cálido
y optimista. En las letras de sus canciones es constante la referencia a esa
tristeza que él considera necesaria para componer. De hecho, pocos compositores
hablan tanto de la tristeza como Joao Gilberto. Sin embargo a mí, por lo que
sea, su música y su voz me animan tanto como un Negroni bien calibrado. Y ambas
cosas combinadas me elevan a euforias celestiales.
En vista de que esta mañana persistía mi murria y no tenía
gin, Campari ni vermú, me he puesto a Joao Gilberto mientras contestaba correos
y corregía prácticas de alumnos. Mano de santo.
Siempre me ha interesado antes la obra de un autor que su vida.
Además, no conviene fiarse de las biografías y mucho menos de las
autobiografías. Pero es difícil sustraerse a la curiosidad. Es normal que uno
quiera saber de los personajes que admira u odia. Por otra parte, leer
autobiografías de artistas coetáneos suele poner a cada uno en su lugar. A mí,
por ejemplo, Dalí no me gusta nada como pintor, pero sus memorias son
formidables y dejan en evidencia a esos meapilas de Buñuel y Alberti cuando
lees las suyas. Pero me estoy apartando del tema, como de costumbre. El caso es
que yo no sabía nada de la vida de Joao Gilberto hasta hoy, pero internet es un
lugar traicionero. En cuanto he empezado a buscar canciones aquí y allá he
sufrido un bombardeo de información que me ha dejado turulato. Resulta que el
compositor vivió aislado los últimos años de su vida. No quería ver a nadie y
hasta su hija intentó inhabilitarle. Incluso fue desalojado de su casa por las
deudas que acumulaba. Murió el seis de julio de 2019. Pero todas estas
noticias, lejos de sorprenderme, me han parecido coherentes con la vida de
alguien que parecía sumido siempre en la más profunda melancolía.
Hay quien, para darse ánimos, escucha canciones con chiste como
las de Georgie Dann, Daddy Yankee, las sevillanas o el himno del Valencia C.F. Yo
esta tarde, durante el paseo, saudade
brasileira. Y a la vuelta Leonard Cohen y el Adagio de Albinoni. ¡Subidón!
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