07/05/2020 Quincuagesimoquinto día.
Después de tantos días, las clases por videoconferencia se
hacen fáciles. Uno se acostumbra a todo. Hoy he buscado con un alumno una
música adecuada para el vídeo promocional de su proyecto. Ya tenía un montaje previo
sobre una composición al piano de Ludovico Einaudi, pero no acababa de
convencerle. Lo que tenía claro es que quería piano o violines para acompañar
al vídeo y que fuese un tema que aumentase in
crescendo la intensidad de la interpretación. Hemos decidido desconectarnos
para trabajar con más comodidad y sin atropellarnos. Cada uno de nosotros haría
su propia selección que nos enviaríamos a lo largo de la mañana por correo. Mi
alumno es un diseñador sobrio y enseguida he pensado en Philip Glass. Después,
he derivado hacia Wim Mertens, Ryuichi Shakamoto, Keith Jarret y George
Winston, bastante más moñas que los anteriores pero siempre eficaz como
acompañamiento elegante. Finalmente, me he decidido por un tema de Philip
Glass, de la banda sonora de “Mishima”, interpretado por un cuarteto de cuerda.
El piano me ha llevado a los violines de un modo natural.
Entonces, una mosca azul cobalto ha entrado por la ventana y
se ha posado en la mesa, junto al teclado del ordenador, y me he sentido un
tipo afortunado. Por desgracia, no siempre es así, pero ¿cuántos pueden decir que
trabajan acompañados de pianos, violines y chelos y de moscas azules que se
lavan la cara con coquetería? Pero, como es sabido, los ciclotímicos nos sentimos
culpables en cuanto percibimos que no merecemos ser felices. Así, tras la
lectura animada de un par de aforismos de Cioran, he penitenciado imponiéndome
la contestación de todos los correos y llamadas pendientes.
La felicidad es un pecado y queda mal. Lo mejor es abjurar
de ella todos los días, a modo de auto de fe particular. ¿Cómo te atreves a ser
feliz, hombre? ¡Con la que está cayendo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario