domingo, 14 de junio de 2020

Ortografía e Iglesia


14/06/2020


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Me senté a comer después de una mañana de trabajo sabatino. Mi hijo veía las noticias en un telediario nacional. Esperaba la sección de deportes para regodearse con el empate que consiguió nuestro Levante U.D. en el último minuto y en campo choto. Estos empates in extremis dan mucho gusto, más si es contra el Valencia C.F., ese equipete de paletos con pretensiones. La presentadora hablaba del maldito virus y dio paso a una conexión. Yo no me preocupé de lo que se decía desde el hospital porque me aplicaba en devorar sin masticar una berenjena asada. Y entonces ocurrió el milagro: la locutora se disculpó por una falta de ortografía en el rótulo que acompañaba a la noticia. “La palabra ‘cirugía` -dijo- no se escribe con jota, sino con ge, disculpen la errata”. Todavía no salgo de mi asombro. Los telediarios, ya largos de por sí, no se acabarían nunca si los presentadores tuvieran que interrumpirlos cada vez que se comete una falta de ortografía en los sobreimpresionados. Esta presentadora es sin duda una revolucionaria y una rara avis en su gremio. Sólo así se explica su coraje al enfrentarse públicamente a una sociedad que no permite este tipo de correcciones. ¿Cómo se le ocurre corregir a ese pobre becario que a saber qué vida ha llevado en su minúsculo pisito de la periferia? Es una clasista de mierda. Yo hace tiempo que decidí pedir perdón cuando apunto una incorrección gramatical, y siempre lo hago dentro del ámbito docente, amistoso o de cercanía familiar, no vaya a ser que me insulten y me calcen una hostia por pedante y por facha. Aunque, para qué negarlo, siempre siento un cosquilleo de placer en las glándulas de Cowper cuando descubro una falta. Y no es por engreimiento, sino por saberme del lado revolucionario, en el pequeño reducto de los letraheridos, de los pocos defensores de una causa justa, aun a sabiendas de que me moriré sin poner una coma en el lugar adecuado.

Los sectarios de esta lucha ya somos casi ancianos. La presentadora del telediario es todavía una mujer joven. Ojalá haya más como ella, aunque tengan que sacrificar su carrera en las trincheras contraculturales.

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Todos los años, por estas fechas, la Iglesia católica lanza una carísima campaña publicitaria en la prensa, la radio y la televisión para captar dinero. Se acerca el momento de cumplimentar la declaración de la renta y les entra el tembleque. Necesitan mucho dinero para, entre otras cosas, seguir contratando semejantes campañas. El problema de estas campañas es que yerran el tiro. No atienden a su público objetivo: los jugadores de rol y de videojuegos. Desde que el Papa Juan XXIII montó el Concilio Vaticano II la Iglesia no ha hecho más que precipitarse en un pozo de tibieza moral y fealdad corporativa. La liturgia da asco cuando se bendice el pan de molde y el vino de brik a ritmo de electro latino. ¿Dónde quedaron los autos de fe? ¿Dónde los brazos incorruptos y los estigmas? ¿Dónde los exorcistas y sus hisopos? Están perdiendo a las nuevas generaciones. Satán, como siempre, se lo monta mejor. Por lo menos en sus rituales todavía se encienden velones y no esas ridículas bombillas que, además, te cuestan un euro. O reculan o se quedan sin feligreses. Ya no convencen ni a los indígenas de la hucha.

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