martes, 8 de diciembre de 2020

Píldoras

 

Hace meses que no escribo para el blog. Anduve metido en líos. Pero sí que he anotado algunas ideas que no he llegado a desarrollar. He desechado buena parte de ellas. Algunas porque son tristes y no tienen cabida en este blog. Otras, por muy malas. Me he quedado con las simplemente malas que paso a transcribir a modo de píldoras.

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Mi sobrino-hijo Nacho, de pequeño, no paraba de preguntarme por el precio de las cosas. Pasaba un coche y me preguntaba:

-        ¿Cuánto vale ese coche?

-        No lo sé Nacho – le respondía.

-        Pero di algo, di algo – insistía.

-        Que no lo sééééé.

-        Ya, ¡pero di algo, di algo! – machacaba.

-        Jodeeeer. Que no tengo ni ideaaaaa.

-        ¡Pero di algo, di algo!

-        ¡Hostia ya! ¡Que no lo sé! ¡Ni puta idea, coño, puto niño de los cojones!

Nunca he sabido calcular el precio de las cosas. A veces, ni me aproximo. Es raro que me encapriche con algo (pertenezco a la Cofradía del Puño Cerrado, vamos, que soy muy rata), pero, después de luchar a brazo partido contra mi miserabilidad y pensármelo un par de lustros, podría pagar una fortuna por cualquier cochambre herrumbrosa o carcomida, siempre y cuando no exceda los treinta euros (el concepto de fortuna atañe a cada cual y no admito discusiones al respecto). En resumen, que nunca sabré qué es caro o barato, porque todo me parece caro.

Menos los libros.

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Sé de la envidia por los que me envidian. Este aforismo de azucarillo de mierda, que me inventé borracho de tinto profundo, es en mi caso del todo cierto. La genética y la vida no podrían haber sido más amables conmigo, por lo tanto, ¿por qué y de quién sentir envidia? De todos los pecados capitales es el que menos me interesa. La soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula y la pereza tienen su aquel. La soberbia es de gilipollas, pero apetece practicarla en contra de un soberbio, es decir, de un tonto engreído sin media hostia intelectual. La avaricia la practico y la entreno con obcecación. Apilo montañas de leña y prefiero pasar frío y comer crudo a gastarla en la chimenea o en una parrillada. La lujuria me queda lejos, pero la imagino. La ira, la reprimo. Ahora, también te lo digo, si pudiera me encantaría ponerme rojo y en ebullición y calzarle un par de bofetadas a más un paleto, con la mano abierta y cogiendo carrerilla. La gula engorda. Y con la pereza coqueteo pero no acaba en nada porque enseguida empieza a picarme el culo.

Si acaso, siento algún disgusto por no saber sumar, pero tampoco me quita el sueño.

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Rábula: abogado indocto, charlatán y vocinglero.

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Hace apenas un mes cumplí cincuenta y siete años. Se me han descolgado la nariz, las orejas y los cojones, que están a punto de caer al suelo como breva madura.

Y se me acaba la paciencia, sobre todo con los estúpidos.  

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Vi una persecución. Esperaba el semáforo verde para cruzar la avenida y un coche pasó a toda velocidad zigzagueando de un carril a otro. Pocos metros detrás, la policía le pisaba los talones con un utilitario nacional que metía mucho ruido de sirenas. Me fijé en el coche del malo, con la expectativa culpable de que sacase ventaja, y me di cuenta de que ponía el intermitente cada vez que cambiaba de carril. Delincuente, sí, pero con educación vial.

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Es una paradoja obvia, pero no deja de ser curioso que no hace tanto, digamos que hasta mediados del siglo pasado, se vivía menos, por lo que uno iba quemando etapas a otra velocidad. Mi padre era un tipo respetable antes de los treinta. Ni me lo imagino bailando desnudo y en trance paroxístico la sintonía del telediario, como hago yo cerca de los sesenta. Pero, y aquí la paradoja, también el ritmo de vida era otro, como de paseo. Ahora vamos al galope, con la lengua fuera, aun a sabiendas de que quizá tengamos una mayor esperanza de vida.

Voy a darme una vuelta arrastrando los pies.

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“Ninguna buena acción queda sin castigo” (Billy Wilder).

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Hay un programa en la tele que se titula “Cómo nos reímos”. Lo he pescado de refilón unas cuantas veces y, dependiendo del humorista, he caído una y otra vez en la misma trampa. Los editores de este programa son unos hijos de la gran puta. Una historia, se cuente o no en tono humorístico, necesita de unos tiempos. Los mierdas cabrones de mierda de este programa se empeñan en trocear el montaje de los chistes intercalando imágenes de diferentes programas para, a su entender, dinamizar (odioso verbo) el ritmo de los mismos. Entre eso y algunas risas de lata (contra las que, por cierto, no tengo nada si no tartamudean) me pongo enfermo. Por los pasillos de la tele pública, al viento y desatadas de estacas, ruedan poderosas esferas de caspa. Por las demás televisiones, también.

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He leído mientras cagaba un artículo de un ejemplar del “Blanco y Negro” del año 1959. Aquel año hubo un referéndum en Suiza para decidir si las mujeres eran merecedoras del voto o no. Salió que no. El articulista defendía la opinión general del pueblo suizo que argumentaba que el voto de las mujeres duplicaba el ya sabido, puesto que las mujeres votarían lo que les dijeran sus padres, sus novios o sus maridos.

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Le preguntaron a un futbolista argentino, recién fichado por un equipo español, que qué diferencias encontraba entre el fútbol de allá y el de acá. “Mire -contestó-. El otro día, acá en Madrid, paseaba por un parque. Un niño chutó fuerte al balón que fue a parar a los pies de un tipo que caminaba por ahí. El tipo se lo devolvió al primer toque. Allá, en la Argentina, hubiéramos gambeteado de espuela, de empeine y de testa antes de devolverle  el cuero al pibe”.  

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Y ahora refiero una serie de apuntes que me parecieron interesantes en su momento y que ahora no entiendo en absoluto:

-        El codo.

-        Iconoclastia y libertad de expresión.

-        Elevar el precio.

-        Voluptuosidad en el retrete.

-        Papado y papada.

-        Pena de muerte preventiva.

-        Un enano.

-        Un perro revolcándose en la mierda.

-        Los vascos con los palitos, la batucada, Mozart y la música electrónica.

-        La poda y lo agreste.

-        Policías guapas.

-        Calvos.

Ni puta idea. Pero seguro que, en su momento, me parecieron ideas geniales.

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