jueves, 26 de marzo de 2020

Fresquete


26/03/2020. Decimotercer día.

El otro día comenté que evito escuchar las noticias porque me disgusto. Y es así por tres motivos: porque me entristece profundamente el sufrimiento de otros, porque me indigna que haya tipejos que saquen tajada de le situación y por la candidez de otros cuantos.

Quería escribir sobre este último punto. Hace tiempo que se utiliza el término “buenismo” para calificar a la gente de buena voluntad que, aparentemente, vive engañada por no darse cuenta de que se mueve en un entorno hostil. Si “buenismo” equivale a comportarse como una persona buena y se utiliza de modo despectivo, mal vamos. No es lo mismo ser bueno que ser cándido, iluso o fácil de timar. Insultar a alguien llamándole bueno equivale a loar a quien saca provecho de la bondad, al cabrón hijo de la gran puta. Pero tampoco cabe sentir conmiseración por el ingenuo.

Un ejemplo de bueno, aun a pesar de la moraleja, sería el personaje de Marcello Mastroianni en “Splendor”, una película dirigida por Ettore Scola. El personaje de Mastroianni es el propietario de un cine en un pequeño pueblo, el Splendor, que poco a poco va muriendo por la competencia del vídeo y la consiguiente ausencia de espectadores. Su situación económica es desesperada, y aunque Mastroianni resiste hasta lo imposible, finalmente no tiene más remedio que claudicar ante la oferta del rico especulador del pueblo, un tipo odioso que pretende reformar el local y convertirlo en unos grandes almacenes. Mastroianni se reúne con el empresario y le dice que acepta su oferta, e incluso la rebaja en unos cuantos miles de liras, si el tipejo se deja abofetear por él en el casino, delante de sus amigos, los próceres del pueblo. Después de una elipsis, nos encontramos a Marcello entrando en el casino y acercándose a la mesa donde está sentado el especulador acompañado de sus amigotes. Marcello se acerca tranquilo. El malote permanece sentado. Y entonces Mastroianni le atiza una hostia, se da la vuelta y se aleja digno hacia la salida del casino. Cuando alcanza la calle, le entra una risa floja que comparte con su mejor amigo, el proyeccionista del Splendor. Volvemos al casino donde, indiferentes a lo ocurrido, los amigotes del malo palmean su espalda, brindan y le felicitan por haberse ahorrado unos miles de liras a cambio de una bofetada. Es un magnífico trato a su entender.

El personaje de Mastroianni, tal y como yo lo veo, no es tonto. El tonto es el que prefiere ahorrar algo de dinero a cambio de una hostia indigna.

Pero estoy seguro de que quienes piensan que esta situación que vivimos cambiará la perspectiva de las cosas, que de golpe y porrazo todos seremos mejores personas, son unos pardillos. Porque me da que hace falta más de un virus para acabar con tanto hijo de la gran puta.

P.D: Tanto la cita de la peli de ayer como la de hoy están descritas de memoria, como quedaron en mi recuerdo, así que no os fiéis demasiado.

2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho éste estupendo artículo. No cambiará la perspectiva de las cosas, coincido contigo.

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    1. Muchas gracias. Quizá sea un punto de vista pesimista, pero voy cumpliendo años y cada vez me cuesta más creer en las catarsis milagrosas.

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