16/04/2020 Trigesimocuarto día. Sol.
No puedo ser de hoy porque lo estoy viviendo. Ni del mañana,
porque aunque lo imagine no lo preveo. Es de Perogrullo. Por lo tanto, tiro de
memoria mientras pueda. También me quedan los sueños y la ficción, pero no
estoy dotado y me cuesta más escribir sobre ellos.
Y como echo mano de la memoria, me gustan los relatos
distópicos, tan de moda de unos años a esta parte. ¿Y si hubiera sido así y no
asá? ¿Y si tal tipo o tal otro no hubieran nacido? ¿Y si John y Paul no se
hubiesen conocido? ¿Y si me llamase José Luis?
Leí una novela de Philip Roth en la que el aviador Charles
Lindbergh, reconocido simpatizante nazi, ganaba las elecciones en EEUU y se
negaba a participar en la Segunda Guerra Mundial. No nos hubiera ido muy bien,
no. Hay una serie, “The man in the high castle”, que habla de este asunto. Muchas
de las series y películas distópicas han descrito una infección mundial a
través de un virus, bien generado por malotes sin escrúpulos bien por la propia
naturaleza que se defiende como puede. Hay un buen puñado de ellas y en algunas
se habla de una de las consecuencias del miedo al contagio: la distancia entre
las personas. Nunca me he considerado un tipo sobón. De hecho, siempre me han
molestado esas personas demasiado efusivas que te dan palmadas en el hombro o
requieren tu atención con el dedito. Sin embargo, tras un mes de
distanciamiento, me recuerdo como un hombre muy pegajoso. Demasiado, quizá. Reparto
besos a hombres y mujeres y abrazo a todo el que se deja. Una paradoja más,
teniendo en cuenta lo poco que me gustan las apreturas, sobre todo en locales
cerrados. Tampoco las personas con las que convivo son demasiado aficionadas a lo
empalagoso. Pero yo soy un tocón, aunque no palmee espaldas o asevere con el
dedito. También es cierto que con los años intuyo a quién se puede besar o
abrazar y a quién no. Es algo que se ve en los ojos y en los gestos de los
demás. Yo tengo amigos besables y otros que no lo son, independientemente de lo
cerrado de su barba. La cosa va también por sexos, edades y estamentos. Un
banquero septuagenario no suele dejarse en público. Y un guardia civil, igual
te mete una hostia. Tampoco conviene tomarse demasiadas libertades con los
niños porque está penado. En cuanto a las mujeres, depende. Mi madre se deja.
Mis amigas, con mayor o menor agrado, también. Pero si no hay confianza y se
trate de quien se trate, mejor la mano sin demoras y ya está.
Ya veremos lo que ocurre en el futuro, sea el mes que sea. El
abrazo, el beso cariñoso o el roce ligero forman parte de nuestro día a día. Supongo
que, pasadas las primeras dudas, volveremos a besarnos y a abrazarnos con
naturalidad. Eso espero, porque aquí siempre se ha llevado mucho, le pese a
quien le pese.
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