30/04/2020. Cuadragesimoctavo día.
Hoy he salido a la calle. Tenía que acercarme a la escuela
para incautar una cámara. Llevaba salvoconducto. Y mascarilla.
Me he subido al metro y no había mucho ambiente. Cinco
personas en cinco estaciones, desde el primer coche al furgón de cola. Los que
somos nietos de ferroviario a los vagones les llamamos coches. Y sólo decimos
las seis de la tarde para que nos entiendan los profanos, porque las seis son
las dieciocho cero cero de toda la vida. Las cinco personas, entre las que me
incluía, llevábamos mascarilla, aunque yo me la he bajado porque he intentado
leer y se me empañaban las gafas. He echado mucho de menos a los pasajeros
habituales: Finín, John Saxon, Angelina Jolie, Las Coconut, Dos tontos muy
tontos, Dos tontos muy tontos segunda parte, etc. En mi estación no había un
alma. He subido las escaleras y he paseado hacia la escuela por el cauce del
río. Nadie. Por primera vez he sentido que de verdad vivía una ensoñación
postapocalíptica. De pronto, por un camino paralelo, me han adelantado dos
policías en moto. He disimulado y he proseguido la caminata a la mía. Pocos
metros después he visto que los polis paraban las motos. Como sea que desde la
adolescencia siento cierto resquemor por la autoridad, he esquivado el rumbo de
colisión y he llamado a mi amigo Carlos para hacerme el longuis. Ni por esas. Uno
de los polizontes ha salido a mi encuentro y me ha interceptado. Se conoce que
estoy perdiendo facultades. Menos mal que las canas me justifican. Le he
mostrado mi salvoconducto y hemos hablado de la familia y de lo dura que es la
vida del pasma.
Una vez en la escuela, he hecho saltar todas las alarmas.
Siempre se me ha dado muy mal teclear números. La empresa de seguridad ha
llamado a mis socios y cuando ellos, a su vez, me han llamado a mí, me he
justificado diciéndoles que las estaba probando para constatar que funcionaban
correctamente. Creo que no ha colado. Después de intervenir la cámara y un par
de vasos de plástico, que siempre vienen bien, he parado un taxi para regresar
a casa y evitar encontronazos con los maderos. Pero que si quieres arroz
Catalina. La ciudad está tomada. Nos han parado en un par de controles y ha
sido un poco angustioso. Mi sensación de vivir en una película se ha agudizado.
Sólo escuchaba el ulular de las sirenas de los coches de policía y de las
ambulancias. También nos sobrevolaba un helicóptero.
Finalmente he llegado a mi piso. Ilusionado, he conectado la
cámara full HD. He instalado el software necesario. Chutaba. Se me veían con nitidez los poros de la nariz y los
pelos que asoman por las orejas. Mas, de repente, la cámara de mi portátil -como
se recordará, palmera desde hace unos días- ha decido resucitar y fulminar a su guapa
competidora. Se ve que estaba celosa. Me sería más sencillo encender un fuego
con dos palitos que comprender el porqué de estos enigmas informáticos. Después
de combinar los puertos USB del micro, el ratón y la nueva cámara, he
conseguido matar de nuevo a la resucitada. El muerto al hoyo y el vivo al bollo.
Pero ahora resulta que la joven señorita ha decidido funcionar caprichosamente
en Skype pero no en Meet. No entiendo
una mierda. Y mañana tengo una videoconferencia en la radio. En fin. Casi
mejor, así no me ve nadie con estos pelos.